Huella y presencia (tomo II)

J-IUELIA YPRESENCIA 11 J osé Donoso, quien ha inmortalizado la casa de la calle Holanda en la cual estudiábamos con Gonzalo, otro de los hijos que era mi compañero de curso. El conflicto de mi vida eran los polos científico y humanista, este último, estimulado por la Academia de Letras y esa embrujadora Biblioteca del Instituto Nacional. Estudiábamos en la Plaza Italia y en e l Parque Forestal, especialmente de noche, bajo los árboles y las débiles luces y con frecuencia tiritando de frío. En esas noches también se conversaba y mi inquietud vocacional se acrecentó, así como mis deseos de partir en busca de una respuesta. Los pasajes de barco se anunciaban profusamente en prensa y radio, a precios muy bajos, dada la competencia entre los trasatlánticos argentinos Dodero y los italianos Italmar. Con a lgunos compañeros planea- mos un viaje a Europa que sería durante las últimas vacaciones largas antes de entrar a los estudios clínicos. En realidad el único que perseveró en esta idea fui yo y para financiar mi solitario viaje opté por trabajat de garzón en las noches y fines de semana en los Establecimientos Oriente en la Plaza Italia y en un Hotel de Algarrobo en el verano. En diciembre de 1951 partí desde Buenos Aires rumbo a Europa, en la "última" clase de un barco italiano. El pasaje era de ida y regreso, válido por un año, y llevaba sólo 11 O dólares en e l bolsillo. Por doce meses deambulé por muchos países de Europa, luego de una larga estadía en Italia y un trimestre en la Universidad de París, La Sorbonne, donde estudié civilización y lengua francesa. En el verano partí "a dedo" (auto-stop) hacia Helsinki para asistir a la Olimpíada que allí se efectuaba ese año. Mi precaria situació n económica y e l grato ambiente generado por el deporte entre los finlandeses, me impulsaron a dar serenatas musicales en los barrios acomodados de la bella capital finesa. En dúo con un amigo español, el éxito fue grande, y nos llevó a extender la visita viajando al norte por 2.000 km., cruzar Finlandia, Suecia y Noruega hasta llegar al Cabo Norte, fin del continente europeo. Allí en el puerto de Hammerfest destruido por los bombardeos alemanes durante la segunda guerra mundial, aun de muy cercano recuerdo para sus habitantes, trabajamos en la reconstrucción del edificio del Correo, ya que no había a quien cantarle serenatas. El largo viaje de regreso al centro de Europa, de unos 4.000 Km. por auto-stop, concluyó cerca de la Navidad de 1952, en Inglaterra. A este país no pude entrar sin antes convencer al funcionario de inmigración en Dover, que me solicitaba demostrar mi capacidad de sobrevivir sin dinero durante mi estadía. Felizmente, estaban allí mis antiguos profesores de la Escuela, en Londres, Gustavo Hoecker y en Cambridge, Bjom Holmgren y Alfre- do Jadresic, quienes me rescataron de la noche pasada bajo custodia en Dover. Resulta hoy maravilloso escarbar en los documentos guardados de esa época (menú del barco, programas de teatro, recortes de diario, etc.) , y, particularmente, leer la transcripción que he hecho de las largas y detalladas cartas enviadas a mi hermano Daniel, que en esa época reposaba en el 116

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