Cabildos filosóficos

Cabildos Filosóficos -146- buen colegio. Municipal, pero bueno. Y cuando Catalina tenía 11 años, despidieron a su mamá. Se quedaba lo más tarde que podía en el colegio y luego se encontraba con ella. Catalina era lo suficientemente grande y ya entendía que las aventuras donde acampaban no eran más que simples albergues donde pasar la noche. Lamochila que sumamá le había regalado cuando tenía 8 ya estaba rompiéndose y tenía que amarrarlo con unos cordones para que no se le cayeran los cuadernos. Unos meses más tarde le robaron la misma mochila con todos los útiles de su colegio, tuvo que llevar sus cosas en una bolsa de supermercado. Los niños más grandes se reían de ella, pero sus pensamientos estaban ocupados en otras prioridades, ¿Dónde vamos a dormir hoy? Al menos ya no se preocupaba mucho por la comida, en el colegio le servían almuerzo y siempre que podía, guardaba parte de ella para su mamá. Catalina tampoco se olvida de cómo la miraba la gente cuando estaba en la calle. A veces con su mamá tenían que dormir con cartones y mantas, y en la mañana soportaban las miradas y comentarios de sus alrededores, ya sea de curiosidad o maldad, no importaba pues todos las terminaban juzgando de una manera u otra. A los 12 su mamá pudo conseguir otro trabajo, e incluso en su momento pudieron tener un pequeño departamento. A Catalina le gusta recordar esos tiempos, ella tenía amigos en ese lugar y por fin un poco de esperanza. Ahora pasa por fuera del lugar y contempla lo que para ella fue su verdadero hogar. Hay días donde se encuentra con los papás de los amigos que tenía, le preguntan cómo está ella y su madre y por qué se fueron del lugar. Nunca es fácil de explicar pero con el tiempo su respuesta comienza a ser casi mecánica: —Tuvimos malos momentos… Perdimos todo… Mi mamá se quedó sin pega… No pudimos quedarnos ahí… Caímos a la calle otra vez.

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