Huella y presencia [tomo I]
HUELLA Y PRESENCIA Fui alumno de Carlos Monckeberg Bravo, un personaje hierático, distante, cuya autoridad paralizaba a alumnos y ayudantes. Alguien lo había bautizado como "El Faraón", apodo que evoca su entrada al hemiciclo de ia maternidad: actitud severa y solemne, enfundado el cuerpo en su impecable bata blanca , ceñida la cabeza con su infaltable gorro de cirujano yacompañado por el silencioso séquito desus ayudantes que se desplegaban en círculo junto a él como si se tratara de una guardia pretoriana. Era un orador que iba desgranando, en un tono de cálido recogimiento, palabras justas, precisas y de bella factura. Con frecuencia intercalaba pausas cuya longitud permitía calibrar la densidad del concepto reciéo emitido. Era, sin duda, un personaje avasallador en el escenario de la mujer madre. En una oportunidad cayó en mis manos un apunte de clases de años anteriores y pude comprobar, no sin cierta secreta decepción, que el artista repetía año tras año gran parte de su creación original. Otro profesor que acaparó nuestra atención desde el primer momento fue Guillermo Brinck. Era un delicioso conversador. Paseaba su gracejo original y festivo en las tertulias de café y en los pasillos de hospital. Su actuación en la sala de clases, a la que siempre traía un enfermo, era seguida por médicos y alumnos en un clima de expectación. Observador penetrante, captaba el signo físico y la intencionalidad de la frase del paciente al primer golpe de vista. Sus apreciaciones las transmitía luego en un inconfundible tono coloquial y casi al descuido, guarneciendo el concepto con imágenes fugaces y de rico colorido, como si estuviera en una reunión de amigos. Su medicina tenía un sello propio, exclusivo, intransferible. Se centraba más en la persona y en los cambios somatopsí- quicos que en ella provocaba la alteración neurológica, que en la caracte- rización del cuadro clínico. Como buen observador, confiaba más en el conocimiento que venía de sus propios filtros que en la que aportaba la más completa documentación. Durante los años de internado conocí muy de cerca al profesor Do- mingo Urrutia y a su jefe de clínica Samuel Vaisman bajo cuya dirección me formaría después como ayudante de cátedra. Don Domingo era una personalidad que escapaba a toda generaliza- ción. Culto, vehemente y de rica inventiva, deslumbraba por la precisión y amplitud de sus diagnósticos. Se había iniciado como neurólogo, para dedicarse después en cuerpo y alma a la medicina interna, tanto en la cátedra universitaria como en el servicio de urgencia de la Asistencia Pú- blica. Desde allí había emigrado a las grandes clínicas francesas y alemanas de fines del primer tercio de siglo, dejando un bien ganado prestigio por la seguridad de sus diagnósticos. Era un estudioso impenitente, pero no lo hacía en soledad, porque le gustaba discutir los contenidos .con Samuel Vaisman. Tampoco escogía las lecturas de primera intención. Iba del en- fermo al libro y no al revés , porque según él era más productivo descorrer el velo de la enfermedad cuando existía una motivación concreta. 98
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