Huella y presencia [tomo I]
Dr. JAIME PÉREZ OLEA substancia, casi siempre un fármaco, lo relacionaba con algún mecanismo de regulación biológica cuyas proyecciones eran materia de debate y traía y llevaba la interacción entre agente y órgano efector, extendiéndola a sus potenciales aplicaciones al ser humano. Era una catarsis intuitivo concep- tual en labios de un poeta científico. Con el paso de las disciplinas básicas a las clínicas, el escenario cambió radicalmente. Por primera vez veíamos enfermos, eje de una motivación reprimida durante tres años y nuestra vanidad cuasiadolescente, se veía gratificada por primera vez: vestíamos delantal blanco, usábamos fonen- doscopio y hasta recibíamos el deferente trato de doctor. Tuve la fortuna de ser alumno del profesor González Cortés, uno de los apóstoles de la medicina social, cuya sencillez, calidez, invariable bon- hornía y sentido común hacia las delicias de alumnos y ayudantes. Era un patriarca noble y reposado, lo que condecía con sus lentos ademanes y corpulenta anatomía. Pero a la vez y en agudo contrapunto con estas características, era un hombre cuyas frases rebosantes de ingenio, pun- zantes y de fina ironía, circulaban en la tertulia privada y en la tribuna pública. Solía transmitirlas en su peculiar lenguaje campechano, lo que tenía la ventaja de iluminar las dos caras de un problema y restañar invo- luntarias heridas de amor propio. Otros profesores que nos dejaron la impresión de vocación y compe- tencia en sus respectivas disciplinas fueron Ramón Vicuña Herboso en Semiología y Ramón Valdivieso enTerapéutica. Sus libros fueron de ayuda inapreciable en nuestras prácticas de hospital y en los primeros años de ejercicio profesional. Fue aquella la época en que florecieron grandes maestros. Un grupo de nuestra promoción comenzó a asistir a las sesiones de la Sociedad Médica de Santiago que entonces estaba ubicada en la calle Merced. Lo hacíamos no tanto para informarnos como para ser testigos de la confrontación, no siempre académica, en que terciaban las figuras cumbre de la medicina nacional: Hernán Alessandri, Rodolfo Armas Cruz y Alejandro Carretón. A veces se inmiscuía de soslayo algún joven meritante con pretensiones enciclopédicas el que salía, las más veces, desairado y maltrecho de la aventura. En Cirugía se empinaban Luis Vargas Salcedo, Alfonso Constant e Ítalo Alessandrini al paso que en pediatría destacaban Arturo Scroggie y Aníbal Ariztía. Lo propio hacían Carlos Monckeberg Bravo y Víctor Ma- nuel Avilés en obstetricia, Juan Wood en ginecología, José Bisquert y Roberto Vargas Salazar en urología, Hugo Lea Plaza en neurología, Eu- genio Matte Blanco en psiquiatría.Jorge Mardones Restat en farmacología y Hernán Romero en salud pública. Por aquel tiempo aparecieron los primeros cardiólogos encabezados por los profesores Larraguibel y Do- noso, seguidos años después por Luis Hervé, Manuel Besoaín y Rojas Villegas. 97
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