Huella y presencia [tomo I]

HUELLA Y PRESENCIA cienlífico de la Europa proleslante. El medio local, erizado de dificullades, conlribuía a agravar la siluación. Chile, que al decir de los aymaras "era el país donde la tierra se acaba", requería mucho de una corona siempre menos dispuesla a dar que a recibir. Su población eslaba repartida en pequeñas ciudades-aldeas dispersas y de difícil acceso, y la tierra sufría el conslanle embale de caláslrofes nalurales a las que se sumaban, para mayor desdicha, periódicas epidemias de viruela y broles de chavalongo. Era, por úllimo, un campo de Marle en el que chocaban con fiereza indomable dos razas de eslirpe guerrera. Numerosos hechos conspiraban contra la deficiente pr1eparación de los médicos de ayer. En un medio en que la muerte por puñal era asunlo de wdos los días, estaban prohibidas las auwpsias, lo que obligaba a los cirujanos a aprender la anawmía indispensable para su aprendizaje a través de las lecciones de Galeno basadas en la disección de monos y cerdos. No menos edificanle eran la reileración de sangrías y purgas al más puro estilo del Dr. Sangredo y su discípulo Gil Bias de Sanlillana que inmorta- lizara René Le Sage, así como la práctica de ungüenlos de mercurio para el lralamiento de las "bubas" sifilíticas. Esla última prescripción basló para que el bachiller Bazán mandara al olro mundo en tiempo récord al go- bernador Francisco de Villagrán, sucesor de don Pedro de Valdivia. Sólo se salva de crítica en materia de salud durante el siglo xv1, la compelente malrona limeña Isabel Bravo, que a pesar de conlar con mérilos debida- mente avalados por el Prolomedicalo del Perú, debió allanarse a hacer una demoslración de sus habilidades como partera, ante una inculta au- diencia compuesta únicamente por legos. El primer médico chileno graduado en Lima fue el Dr. Juan Guerra Salazar, quien llegó al país en 1593. Gracias a su buen desempeño, recibió autorización en 1607 para curar tanto "a españoles como naturales", re- cibiendo como pago a sus servicios "dos carretadas de leña, dos carneros, una fanega de harina cada semana y tres botijas de vino por mes". Poco después sería elevado a la categoría de Protomédico, Alcalde y Examinador Mayor del Reino. A despecho de Lan campanudos títulos, debió resignarse a circular dentro del reducido perímetro de la aldea santiaguina a fin de no desatender los enfermos confiados a su cuidado. A iniciativa del gobernador Alonso de Rivera se obtuvo que los frailes de la Orden de San Juan de Dios, procedentes del Virreinato del Perú, se hicieran cargo de la administración del Hospital del Socorro, el que lrocó su nombre por el de San Juan de Dios (1617). El cambio se tradujo en una atención más humana y eficiente y fue ejercida principalmente por los frailes, practicantes de una medicina herbolaria. Este período de bonanza, producto de la acertada gestión de los recién llegados y del incremento de los caudales por obra de legados y penitencias, tocó a su fin en 164 7. Un terremoto echó por tierra la obra material, la ayuda exlerna y el espíritu de sacrificio de sus realizadores. 90

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