Huella y presencia [tomo I]
CRISTINA PALMA P. y EMMA SALAS N. guesía. La educación secundaria del Estado era sólo para los varones y las niñas que deseaban seguir estudios de enseñanza media, debían hacerlo en la media docena de colegios privados que existían en el país. Al crearse la Universidad de Chile en 1842, el Gobierno le encargó a ésta y a su Consejo de Instrucción Pública, la tuición y supervisión de toda la educación del país. En 1860, la educación primaria se desvinculó de la Universidad y en 1927, lo hizo la educación secundaria. De acuerdo a la legislación vigente en ese entonces, para que los estudios secundarios de establecimientos particulares fueran válidos, debían rendir exámenes ante Comisiones Examinadoras de la Universidad de Chile. Los liceos particulares de niñas, de los cuales los más importantes eran el Colegio Santa Teresa de doña Antonia Tarragó y el Liceo Isabel Lebrun de Pinochet, ambos en Santiago, no tenían derecho a presentar a sus alumnas a rendir exámenes ante esas comisiones. En consecuencia, las niñas que egresaban de estos establecimientos, no podían obtener una certificación de estudios válidos que les permitiera continuar educación superior. Fue sólo en 1877, cuando don Miguel Luis Amunátegui Aldu- nate, entonces Ministro de Instrucción Pública del Presidente Aníbal Pinto, dictó el decreto que se refería a "Exámenes de las Mujeres para obtener títulos profesionales", que permitió a las niñas rendir exámenes válidos e ingresar a la Universidad. Este documento, conocido con el nombre de Decreto Amunátegui, expresa en su parte medular: "Se declara que las mujeres deben ser admitidas a rendir exámenes válidos para obtener títulos profesionales, con tal que ellas se so- metan para ello a las mismas disposiciones a que están sujetos los hombres." Cuando se dictó el Decreto Amunátegui, Eloísa Díaz estudiaba en el colegio particular de doña Dolores Cabrera de Martínez, al que había ingresado en 1875 y donde recibió la educación elemental. Al año siguiente de dictado el decreto, ingresó al Liceo Isabel Lebrun de Pinochet. Doña Isabel había desempeñado un papel importante en la dictación del documento señalado. Tanto ella como doña Antonia Tarragó habían presentado, durante años, solicitudes al Consejo de Instrucción Pública para que se permitiera a sus alumnas rendir exámenes válidos, compro- metiéndose a hacer las modificaciones correspondientes en el plan de estudios, y en igual número de veces esa petición les había sido denegada. En 1876, Isabel Lebrun de Pinochet reiteró una vez más su solicitud, la cual avanzó los primeros pasos en su tramitación alcanzando a ser infor- mada favorablemente por el Decano de la Facultad de Filosofía y Huma- nidades de entonces, don Francisco Vargas Fontecilla. Pero luego, la in- fluencia de los Consejeros más conservadores, hizo que la solicitud fuera demorada hasta que el Consejo entró en el receso de verano, lo cual 77
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