Huella y presencia [tomo I]

Dr. CAMILO LARRAÍN AGUIRRE el blanco invariable de los reproches de éstos que encontraban que yo ocultaba información con el objeto que el caso resultara más espectacular, naturalmente debía llegar también el momento en que yo discutiera un caso de éstos, pero yo me las arreglé para que esto no sucediera. Teníamos también una reunión quincenal en la que se analizaba la calidad de las historias clínicas de los pacientes que atendíamos, lo que condujo a la confección de historias clínicas de gran perfección, las mejores que se hayan hecho en el hospital. Con tantas exigencias sucedía que algunos médicos postergaban su entrega o no las entregaban a pesar de los reque- rimientos de que eran objeto y sucedió que el comprador de un automóvil devolvió a la secretaría del servicio un número considerable de historias clínicas que había encontrado en la maleta de éste. Nos enteramos de esta extraña manera que uno de nosotros cambiaba su automóvil y vendía el antiguo con todos sus accesorios, historias clínicas incluidas. El trabajo de la semana culminaba los días sábado a las 11 de la mañana en la gran reunión académica a la que asistían todos los médicos de los servicios de medicina del hospital. Era un espectáculo solemne que se llevaba a cabo inicialmente en el gran auditorio del servicio de anatomía patológica, actual auditorio Croizet y posteriormente ep el auditorio Brockmann y en ella representantes de las diferentes Cátedras presentaban casos clínicos, ana- tomoclínicos o se reunían en mesas redondas en las que se discutían pro- blemas clínicos de gran interés. De más está decir que la preparación de cada una de las reuniones de los sábado demandaba un gran esfuerzo. En una ocasión en la que traté de desligarme de mi participación en una mesa redonda alegando otras ocupaciones recibí del Dr. Carretón la temida respuesta: "Las cosas las hacen las personas ocupadas" y me vi obligado a aprenderme en sólo una semana todo el contenido de un libro de In- munología con el objeto de desempeñar un papel por lo menos decoroso en la reunión del sábado siguiente. La visita médica era diaria, en el tercer piso la dirigía el profesor Hervé y en el cuarto piso el Dr. A. del Solar, asistían a ellas los internos y alumnos y de más está decirlo, los médicos de las salas, entre ellos Rafael Kahler, Inés Morales y su esposo Manuel Godoy, Manuel Gómez, Santiago Haiquel, más tarde Director del hospital, Jorge y Pedro Sanhueza (hermanos) y el pintoresco Oyama Valenzuela. Después se agregaron los médicos que ve- nían del servicio del profesor Balmaceda: ArturoJ arpa, quien fue después Director del Departamento de Medicina y los Drs. Miguel Ángel Muñoz, Roberto Troncoso, Osvaldo Soto y Daniel Ogueta. Las especialidades médicas ya en pleno desarrollo disponían de buenas instalaciones y equipamiento. En hematología trabajábamos con los Drs. Claudio Zúñiga y Kurt Gerber; nuestro entusiasmo se vio recompensado por la donación de equipo por valor de cien mil dólares, calculado en moneda de hoy, que a instancias del Dr. Carretón y gracias a su prestigio hizo la Fundación W. K. Kellogg. En la Cátedra se habilitó un laboratorio 67

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