Huella y presencia [tomo I]
HUELLA Y PRESENCIA por profesores, los Drs. Domingo Urrutia y José Manuel Balmaceda. Dt acuerdo al sistema de enseñanza imperante cada Cátedra de Medicim trabajaba en conjunto con una Cátedra de Cirugía con la que tenía inclusc vecindad física. La relación médico-quirúrgica era muy estrecha en cad, pareja deCátedras, pues educaban a los mismos alumnos yatendían inclusc los mismos enfermos; pero por esa misma razón la relación era distante con las otras Cátedras de Medicina y Cirugía cuyo trabajo, por lo meno! en un comienzo, a mí me resultaba tan remoto como el que se llevaba a cabo en otro hospital. Después el trabajo clínico nos fue.acercando y la comunicación se hizo fácil. Los alumnos hacían sus cuartQ y quinto año de Medicina en las mismas Cátedras con lo que recibíamos un nuevo grupo cada tercer año. Como una consecuencia de esta organización cada Cátedra tenía sus propios especialistas y laboratorios y la enseñanza la impartían sus docentes sin que participaran en ella médicos de otras Cátedras. Existía, pues, duplicación de funciones y mayor gasto en equipamiento, lo que con el tiempo se fue corrigiendo con la creación de los "Centros" de Gastroen- terología, Cardiología y Endocrinología. En el hospital existía un tremendo impulso de superación. Tanto los profesores como el resto de los docentes estaban ansiosos de mejorar las condiciones de trabajo y de apl icar la nueva tecnología que se utilizaba en los grandes Centros Médicos de los Estados Unidos de Norteamérica y en Europa. El Decano reglamentó mediante un concurso de antecedentes el otorgamiento de becas que entonces entregaban la Fundación Kellogg, la Fundación Rockefeller y el Gobierno Francés, con lo que un número importante de médicos del hospital viajó al exterior, entre ellos algunos de la Cátedra D, el Dr. Moisés Brodsky a un servicio de cardiología en Francia, yo viajé a Washington al hospital Walter Reed (hematología), Emilio Amenábar a Chicago (gastroenterología), Armando González a Italia (medicina interna), Hugo Ramírez a la Clínica Mayo y algunos años después los más jóvenes, todos ex alumnos de la cátedra, !talo Zanzi a USA (endocrinología) , Hugo Cohen también a USA (cardiología), J orge Torretti a Boston (nefrología), Mario Andreis también a USA (reumato- logía). Todo esto trajo un progreso evidente en la manera de trabajar y en la enseñanza. En las décadas de los años 50 y 60 el servicio y el hospital tenían una actividad febril. Dirigidos por el Dr. Carretón trabajábamos bien, en la Cátedra D teníamos una reunión clínica semanal a la que asistían los alumnos; además un ejercicio anatomoclínico semanal en el que se discutía el diagnóstico de un paciente ya fallecido del que ignorábamos el resultado que arrojaba la necropsia; el médico encargado de la discusión, escogido por orden alfabético, debía fundamentar un diagnóstico e ideal- mente acertar con éste. Se trataba de un ejercicio de evidente utilidad, con alguna frecuencia sucedía que el resultado de la necropsia difería del diagnóstico propuesto, pues se trataba de casos complicados y dado que yo era el encargado de la redacción del resumen de la historia clínica era 66
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=