Huella y presencia [tomo I]
Dr. EDUARDO ROSSELOT J. Así, al promediar el siglo, antes de oír hablar de Jorge Mardones, nos parecía un paradigma el núcleo de los Mardones Restat, conjunto genea- lógico que le dio nido y que él replicó en su propia estirpe. Los herederos de su sangre y de su espíritu llevarán por generaciones las señas de su carácter yde los valores que sigue prodigando a su alrededor con tanta pasión como vigencia. La ciencia y la medicina se tienen como disciplinas en que la racionalidad y la búsqueda de lo demostrable, dejan fuera la emocionalidad y la intui- ción, la pasión y la imaginación. La enseñanza despersonalizada, la acu- mulación exigente de información junto a la sobrecarga de trabajo, y el anhelo de protección frente al compromiso emocional a que expone, es- pecíficamente, el acto médico, contribuyen plausiblemente a tal margina- ción. Afortunadamente, hay quienes quedan inmunes o salvados de tal coraza, constituida a fuerza de competitividad, indiferencia, cálculo y equi- librio, distanciamiento, egolatría y mentalidad tecnocrática. Esto es, talvez, el común denominador de nuestros Premios Nacionales de Ciencia. En ello han sido hermanados y se tocan, pese a su enorme y rica disimilaridad: surgieron contradiciendo clásicos estereotipos, conser- van e incluso cultivan la solidaridad, el reconocer la dignidad personal, el valor del cuidado del otro, el compartir y el conmoverse, el vivir con pasión la experiencia propia para ser capaces de contagiarla y encender en los demás el entusiasmo, el compromiso profundo y el amor por la vida y por quienes viven. Gracias a Dios no están solos y han dejado ese rasgo indeleble en quienes los siguen. Hermann Niemeyer también fue de este grupo selecto. Compartió con Mardones su nacimiento en el grupo de Cruz-Coke, pero a diferencia de aquél se mantuvo apegado al tronco y a la postre, surgió como el heredero en la disciplina en que fue formado. Quizás su característica más propia haya sido que, junto con emular al maestro en la formación de muchas generaciones de médicos en el campo ele la biogenética, consagró una escuela infundiendo al grupo una mística y un amor a la investigación en las ciencias que se ha traducido en un impulso de desarrollo cuyos frutos no terminan de manifestarse. Talvez ha sido, entre los científicos más genuinos, el que vivía con mayor exterioridad su emoción por todo lo que emprendía. Alguien, que estuvo muy cerca de él, lo retrata con fidelidad y sensibilidad en una pincelada en que irrumpe su humanidad a través de su ciencia, y da validez a ésta por el testimonio de su involu- cración personal: "Niemeyer estaba lleno de pasión; hacía que cada día fuera un desafío; nada permanecía impasible en su presencia. En su laboratorio fui profundamente feliz y a veces tam- bién profundamente infeliz; no existían términos medios. 19
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