Huella y presencia [tomo I]
CRÓNICAS sitio en el cerebro, pues ella es una cualidad de los actos. El cerebro no es un archivo; hace cada vez de nuevo lo que se le exige...". Lo opuesto era su cargo de jefatura, como jefe administrativo era la negación de la administración. "Es complicado ser dueña de pensión...". Solía decir. No iba con su carácter. Él siempre pensaba que debía haber una manera más lógica de resolver esos problemas. "La burocracia es un misterio con normas muy precisas". Era un hombre sin antesalas, muy llano y sencillo, lo que no significaba que no tuviera formalidad. Decía siempre lo que sentía, directamente y sin preámbulos. Abominaba de los aduladores. "Para un hombre es más difícil defenderse de la adulación que de la injuria". Pero tenía clara conciencia de su condición. "He sido lo mejor que he podido y siempre me he preguntado cosas. El saber ha de tener hermosura. El profesor ha de tener satisfacción de su trabajo. Orgullo de lo que dijo. Al alumno hay que mostrarle un mundo que él desconoce... Hay que dejarle una huella...". Bruscamente un día me habló de su esposa, Maríi Mizón. "Era muy bella y muy cuidada. De no haber sido por su mirada de ojos claros que se ftjaban en los míos, habría pensado que era demasiado seria... Una mujer elegante y de muy buenas maneras. Sabía siempre qué hacer con las manos y no se desconcertaban ni disimulaba cuando se le escapaba una aceituna del plato...". Se casaron cuando ella tenía veintitrés años y se fueron a vivir a Al- mirante Barroso, "en esa calle corrida al olvido o al recuerdo, que es lo mismo; sólo se recuerda lo que está olvidado". "Era una casa con mucha primavera...". Estaba hecha al estilo siglo diecinueve tardío. "No hay que olvidar que la arquitectura siempre aspira a la condición histórica, pero no perdura, porque los 'constructores' la demuelen". Allí instaló su consulta, en la que según sus hijos todavía pequeños en esa época, 'se demoraba mucho y cobraba poco'. Así aprendieron que siempre hay intereses mucho más vastos que cualquier especialidad. Una tarde, mientras hablábamos de la influencia sobre el arte de la locura de Van Gogh, se revolvió un poco dentro de sí mismo y me invitó a que fuéramos inmediatamente a ver sus cuadros. Ya había ganado varias medallas en exposiciones. "Pero no me gusta exponer para no exponerme". Dijo mientras buscaba un óleo escondido debajo de otros. Lo sacó y buscando la luz lo acomodó delante de mí. Era un cuadro lluvioso en un mundo ajeno, de muchos azules y grises diluidos. Había soledad y un movimiento majestuoso y lento en la pincelada, que impreg- naba misteriosamente, como la fosforescenc ia de un secreto. "Uno ama lo que se le parece. Y yo lo pinto". - Dijo pensativo--. "Pero la pintura empobrece al hombre para otros empeños, cuando uno se dedica a pintar cierra la boca y se hace poco interesante. La gente huye 159
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