Huella y presencia [tomo I]
GUILLERMO BRINCK: LA MUERTE DE UN VENCEDOR Dr. Óscar González Campos Cuando esta publicación se encontraba en proceso de edición, acaeció el fallecimiento del profesor Dr. Guillermo Brinck. Es posible que podamos simbolizar en él, un reconocimiento a tantos médicos que han traspasado el umbral de la vida, dejando su huella imborrable en los pasadizos del recuerdo. Guillermo Brinck nunca tuvo una biografía formal. Nació en Valparaíso en 1898, estudió leyes durante tres años, Derecho Romano, Civil, Procesal , trabajó como procurador de un abogado, "pero alejado de los problemas realmente humanos". Revisando unos expedientes descubre de pronto que su vocación no está ahí. Decide estudiar Medicina "porque es una profesión humanista, porque se contacta directamente con personas, porque uno trata siempre con problemas vitales y no con circunstancias". Se recibió de médico y lo demás es conocido: llegó a ser una de las figuras más grandes de la medicina chilena y el más grande de su espe- cialidad. Escribir datos biográficos es abreviar exageradamente el tiempo. Particularmente en el caso de Guillermo Brinck, en que la anécdota his- tórica es de importancia secundaria. Lo importante está ahí, en su huella de vencedor del olvido, tan profunda y marcada que dejó para todos nosotros. Tal vez no es exacta esta cronología, pero lo es en nuestra me- moria que mide de otra forma las épocas, las horas y lo e fímero. Cuando lo conocí él ya estaba jubilado, pero continuaba yendo al hospital "fundamentalmente para recorrer sus pasillos e ir al casino, el lugar donde más se aprende". Conversador original, sensible, extravagante, observador y culto, hay pocos adjetivos para todas sus características. Esto justificaba plenamente la excentricidad de sus maneras y de sus comentarios. Hablaba de "ese Heráclito que nunca se bañaba en el mismo río", del extraordinario libro de Lermontov "Un héroe de nuestro tiempo", que era su preferido; de caminar descubriendo el mundo, fue así como en- contró ese ceibo, el árbol más grande que está al final de la calle Consti- tución en el Barrio Bellavista; de la fidelidad de las mujeres, "hay más mujeres fieles de las que se cree, pero menos de las que se dice...". De la docencia. De su deseo de enseñarle al portero del museo que lo mejor que podría hacer es entrar, de su incapacidad para creerle al me- cánico de su automóvil, o de entenderse con el cajero del banco. De los alumnos: "hacer que en una clase todos los alumnos entiendan lo que el profesor quiere decir. .. es tan sorprendente como que la misma música sugiera ideas semejantes en cerebros diferentes". 157
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