Huella y presencia [tomo I]
deslino de cada cultura es contribuir a construirlo, a acabarlo aunque sea a tientas y frente a cada hombre sólo podemos adivinar por conjeturas, lo que as piraría a ser. Además, mientras en las otras especies el individuo es tanto mejor cuanto más se asemeja a otro que parece un ejemplar digno de dicha especie, el hombre, al revés, será tanto mejor cuanto más indivi- dual sea, cuanto menos sea copia de otro. El que el hombre no se vuelva un simple representante de la especie sino que tenga inscrita en su ser la obligación de hacerse a sí mismo, de realizar un plan particular de existencia escogido libremente, que le dará con sus esperanzas, goces y sufrimientos una personalidad que recia , me- diana o débil, será única y nunca más volverá a repetirse, es algo que desde el punto de vista biológico también está señalada en su código genético; eso hace que su existencia sea un tesoro sagrado e inavaluable, y por lo tanto, que jamás podamos usarlo como simple medio para otro fin ajeno al de resguardar su ser pleno y el soberano manejo de sí mismo. Ahora, una cosa es afirmar abstractamente esto, y otra cosa es vivirlo de verdad, de modo que al centrarnos en un paciente lo veamos como una totalidad sagrada, para salvar a la cual, la ciencia y la técnica nos obligan a ser hábiles conocedores de una de sus partes, pero refiriendo siempre esa parte a la totalidad, que es la verdaderamente enferma, la que siente amenazados sus proyectos de realización; debemos ser sabios respecto a una parte del cuerpo, pero médicos de todo ese cuerpo y esa alma. Somos especialistas en tal o cual cosa, pero siempre médicos de la persona. Si se aspira a sentir a la persona en su esencia misma, no basta con el mero saber, es preciso amarla; sólo el amor nos hace sentir lo de valioso y único encerrado en cada ser. La ciencia coge lo general, lo común a un grupo de fenómenos, el amor coge lo individual mismo. La medicina es una ciencia penetrada de amor y para llegar a ese amor es necesario conocer en sus innumerables vicisitudes, las increíbles capacidades ence- rradas en cada hombre, lo maravilloso que es como creatura dentro del conjunto del universo. A ver esto nos ayuda el humanismo. Ninguna ciencia será capaz de mostrarnos las ultimidades de su naturaleza, como lo hace lo tragedia griega, el teatro de Shakespeare, Calderón yMoliere, las novelas de Cervantes, Balzac, Stendhal, Flaubert, Dickens , Tolstoi o Dostoiewski; la grandeza y miseria del hombre nos la harán ver Platón, San Agustín, Santa Teresa, Pascal, Kierkegaard, Nietzsche o Heidegger. Así, es difícil imaginarse un especialista no humanista, no amante en total del hombre sano, del enfermo, del moribundo. Los griegos discurrieron ponerle a nuestra actividad el nombre de medicina, que significa: cuidar, pensar, meditar, porque suponían a sus cultores en constante meditación en torno a los grandes misterios que son la salud, la enfermedad y la muerte; Hipócrates insistió más que nadie en eso; dio a conocer su ideal en una frase siempre estremecedora: "el médico que es filósofo, es igual a Dios." 129
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