Huella y presencia [tomo I]

HUELLA Y PRESENCIA posible . Tal vez el ejemplo de algunos antecesores, distinguidos, como Vicente Izquierdo, Brockman, García Guerrero, Orrego Luco y Lucas Sierra, entre otros. Quizás, la creciente influencia de las escuelas médicas europeas y norteamericanas. Sin embargo, estas y otras razones no bastan para explicar esa fuerza avasalladora que removió hasta sus cimientos a nuestra Medicina. Pienso que un papel primordial en este renacimiento debe atribuirse a la nueva orientación que asumió la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y las otras jóvenes escuelas de medicina del país. La enseñanza de la Medicina adquiere una sólida base científica, que arranca especialmente de Noé y que se complementa con ~ na ejemplari- zadora formación clínica y una proyección hacia la Medicina Social. El progreso abarcó todas las especialidades, sin excepción y se impregnó de principios éticos y humanísticos que no sólo se enseñaron con palabras, sino que fundamentalmente con el ejemplo. Todo ello lo forjaron esos grandes maestros de la Medicina Chilena con modestia y generosidad. Estaban dotados de sabiduría, de cultura y de ese espíritu luchador y de superación propio de la intelectualidad del pueblo chileno, acostumbrado a sobreponerse a la frecuente adversidad en este apartado rincón del mundo. Algunos de los aquí nombrados afortunadamente aún viven, so- brellevando una digna y serena ancianidad. La mayoría partieron algún día hacia el infinito, pero nos legaron la valiosa herencia de sus vidas ejemplares, de sus realizaciones y de sus esfuerzos imperecederos. Una mañana clara del mes de diciembre del año 1948, llegué temprano al Servicio de Medicina del Dr. Alessandri en el hospital del Salvador donde me desempeñaba como Médico ad honorem. Pasé visita a mis pa- cientes e ingresé a la reunión clínica que se desarrollaba en el amplio auditorio central del hospital. Alguien interrumpió la sesión para dar la noticia que la Escuela de Medicina se estaba incendiando. Salí precipita- damente de la sala y presuroso me dirigí al lugar del siniestro. Atravesé las barreras policiales. Quise ingresar para rescatar los protocolos de años de investigación. Alguien me detuvo y me dijo: "Es inútil y peligroso: todo está destruido". Los muros del edificio y las columnas del pórtico se alzaban aún intactas, pero en el interior sólo quedaban escombros humeantes . Por las ventanas ennegrecidas se escurría lentamente el agua que habían lan- zado los bomberos. La vieja Escuela de Medicina lloraba... EPiLOGO En un amplio sitio libre de la actual Facultad, hay un pequeño montículo de piedras con una lápida donde se encuentran grabadas las siguientes palabras, algo borradas por el tiempo: 118

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