Huella y presencia [tomo I]

Dr. TULIO PIZZI dignamente, unas con otras en el plano académico. En el hospital Roberto del Río, encontrábamos la figura imponente del Dr. Scroggie, de contex- tura atlética y de exigente disciplina, pero de fina excelencia clínica. Re- presentaba la Pediatría alemana, habiendo sido discípulo de Filkenstein. Fue sucedido por el joven y activo Dr. Meneghello, autor, con sus colabo- radores, de un excelente tratado de Pediatría. El Dr. Ariztía, fino y culto y de acertado criterio clínico, enseñaba la especialidad en el hospital Calvo Mackenna. Finalmente, en el antiguo hospital Arriarán impartía la Cátedra al Dr. Baeza-Goñi, de la Escuela del Dr. Cienfuegos. De las otras especialidades, recuerdo en especial la de Psiquiatría y las excelentes clases del Dr. Vivado Orsini. Todas eran con presentación de enfermos que debían ser examinados por los estudiantes, bajo la dirección del profesor. Muchos casos nos impresionaban profundamente. Las clases tenían lugar en un pequeño y modesto auditorio en el antiquísimo y casi ruinoso hospital Psiquiátrico que llamábamos "Casa de Orates". El esta- blecimiento, ubicado en la calle Olivos, era un lugar deprimente e impac- tante. Casi peor que una cárcel, con el frecuente empleo de las famosas "camisas de fuerza". Se veía allí gran sufrimiento y escasa eficiencia en los tratamientos. Sólo una vez entré al patio de los agitados, donde robustos auxiliares controlaban a los pacientes más agresivos. No quise volver. Las clases del Dr. Vivado eran claras y sistemáticas. Era reposado, tranquilo; sin alterarse jamás y con muy buen sentido. A la inversa de lo que habitualmente pensábamos de los psiquiatras, era la imagen de la ponderación, la sensatez y el equilibrio. En Neurología había dos destacados profesores. Uno de ellos era el Dr. Lea-Plaza. Tenía un aspecto un tanto bohemio, con aire soñador, de cabellera larga, ondulada, peinada hacia -atrás. De andar pausado. Impre- sionaba por su gran capacidad como clínico y por su profunda cultura y humanismo. Los diagnósticos se realizaban con una precisión casi mate- mática; sin embargo, las posibilidades terapéuticas eran casi siempre muy limitadas, reduciéndose habitualmente al empleo del yoduro de potasio. En sus clases impresionaba la lógica de su raciocinio. Entre sus ayudantes destacaba el inteligente, ágil y dinámico Dr. Armando Roa, quien poste- riormente se dedicara a la Psiquiatría, constituyéndose hasta hoy en una de las grandes figuras de nuestra Medicina. Con cualidades parecidas a Lea-Plaza, aunque de aspecto atlético, impartía una cátedra paralela al Dr. Brinck, también eximio clínico de una privilegiada y culta inteligen- oa. La Neurocirugía, aún en sus inicios, era practicada por el Dr. Asenjo y un grupo destacado de discípulos. Usando una amplia capa oscura y un gorro de cirujano, Asenjo parecía imponente, a pesar de su baja estatura. Su particular eficiencia y capacidad operatoria en una especialidad casi heroica para la época, le confirió gran prestigio en Chile y en el mundo entero. Era un hombre de avanzada. Construyó un moderno Instituto de 113

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