Huella y presencia [tomo I]
HUELLA Y PRESENCIA en forma clara y esquemática, destacando la lógica con que planteaba lo: posibles diagnósticos y la precisión con que comentaba y guiaba el diag nóstico diferencial. Enseñaba claramente a razonar frente al enfermo. La enseñanza de las patologías médica y quirúrgica, era predominan temente teórica (con más bien, algunas escasas presentaciones de enfer- mos). El conocimiento teórico de las enfermedades era complementadc en la Cátedra de Terapéutica, que se dictaba en el 4° año. La enseñanz¡¡ la realizaba el profesor Valdivieso. Más bien delgado y enjuto, disertab;i con gran claridad en un auditorio que estaba ubicado en las cercanías d( la calle Independencia. Pocas veces he escuchado clases t¡m claras y siste• máticas como las del Dr. Valdivieso. Anotaba en la pizarra las principab posibilidades terapéuticas de cada enfermedad y comentaba cada una de ellas, con precisa sencillez. Era autor de un excelente y práctico Tratado de Terapéutica. La Anatomía Patológica estaba a cargo del Dr. Emilio Croizet. Las clases teóricas y pasos de microscopia tenían lugar en un auditorio y en salas ubicadas en el ángulo suroriente del segundo piso del primer patio de la Escuela. El Dr. Croizet se caracterizaba por su enérgica y varonil apostura. Hablaba en tono fuerte y rotundo ymuchas de sus exclamaciones parecían voces de mando. Cuando saludaba de mano lo hacía con tal fuerza que el desprevenido interlocutor arriesgaba una luxación del hombro. Era alto, erguido, con penetrantes ojos azules detrás de unas finas gafas con marcos dorados. Su mirada brillaba con picardía cuando hacía sus fre- cuentes bromas o contaba pintorescas anécdotas. Su enseñanza estaba orientada especialmente hacia la clínica, dando énfasis a conceptos de aplicación práctica. De especial interés eran sus clases prácticas que reali- zaba con autopsias. La historia clínica de muchos de los casos presentados eran brevemente resumidos en una frase escueta y contundente: "este enfermo, llegó, boqueó y murió". Se trataba frecuentemente de neumonías terminales en pacientes con otras patologías, lo que él llamaba "el papiro- tazo final". Sus relatos y anécdotas hacían amenas sus clases. Se decía que para los exámenes prácticos finales , los estudiantes "compraban" los diag- nósticos histológicos a uno de sus auxiliares. Aunque eso hubiese sido posible, no siempre era de mucha ayuda frente a la analítica interrogación del profesor. En los últimos años nos sumergíamos en los ramos clínicos. EnMedicina Interna descollaban las figuras de Garretón y Armas Cruz y en forma muy especial la de Hernán Alessandri. Alto, imponente, casi siempre serio y no muy comunicativo, su sola presencia llamaba al respeto y admiración. Tenía su Servicio en el sector nuevo del hospital del Salvador, docente, sobrio y profundo, gran clínico, tuvo como ayudantes a médicos muy distinguidos, los que formaban su Escuela. Entre otros, recuerdo al Dr. García Palazuelos, al Dr. Olivares, a Elíseo Concha, a Gastón Chamorro, a Fritis, a Soza, a Etcheverry, a Lener, a Florenzano, incluyendo, por 110
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