Huella y presencia [tomo I]

HUELLA Y PRESENCIA constituyó, con el tiempo, en una especie de cariñosa madre de todos los estudiantes, dispuesta siempre a ayudar y comprender. Ella guarda, como en un verdadero museo, múltiples y valiosas fotografías de muchas gene- raciones de médicos. Parece difícil concebir la Escuela de Medicina antigua y la actual, sin el acogedor Casino de la Laurita. Ese modesto Casino, es una parte de la tradición de la Escuela de Medicina que, a pesar del progreso, no quiere morir. Los exámenes de fin de curso eran cosa seria. El nivel de exigencia era alto. Antes, había que aprobar los exámenes prácticos. En seguida, durante varios días, tenía lugar el examen oral. El porcei'ltaje de repro- baciones en el primer año era casi pandémico, especialmente en Biología general. Las Comisiones estaban constituidas por una terna de profesores. No existían las eximisiones ni los exámenes escritos. Éramos llamados por orden alfabético, lo que hacía que los últimos de la lista tenían la ventaja de escuchar las preguntas anteriores que cubrían casi toda la materia. Lo habitual era que, en primer año, sólo alrededor de un tercio del cur.so aprobara los exámenes en diciembre. El número de alumnos quedaba reducido frecuentemente a la mitad después de los exámenes de marzo. Si lográbamos aprobar los exámenes de los dos primeros años, las cosas se facilitaban hacia adelante. Pero de todas maneras, aunque fuése- mos bien preparados, al sentarnos ante las Comisiones nos imaginábamos que estábamos enfrentando a un pelotón de fusilamiento y era necesario tener la suficiente calma y seguridad. Ya en el tercer año, se producía la transición hacia el ciclo clínico. Comenzábamos con Semiología, como Cátedra independiente y después seguíamos con patología Médica y patología Quirúrgica. Estas 2 últimas se impartían como ramos predominantemente teóricos, para entrar sólo en 5° año en las clínicas y las especialidades. Gran parte del ciclo clínico se desarrollaba en el hospital San Vicente. El establecimiento era de cons- trucción antigua, con el esquema clásico de un patio o jardín central y las salas comunes, altas y rectangulares, ubicadas perpendicularmentea ambos lados , eran poco iluminadas y con largas filas de camas dispuestas en ambos costados. El patio central se hallaba circundado por corredores con co- lumnas sencillas de madera. Era el clásico esquema arquitectónico que se conserva, aún hoy, en el sobreviviente hospital San José. En las salas, destacaba la presencia de las Hermanas de la Caridad, con sus vestimentas azules y sus cofias blancas, con aletas, que se extendían hacia los lados como grandes alas de paloma. Eran cariñosas, incansables y buenas auxi- liares de enfermería. Ellas recibían y consolaban a los enfermos y se ocu- paban (sin horario) de todos los detalles hospitalarios. Para nosotros, los estudiantes, era todo un acontecimiento cuando ingresábamos al ciclo clínico. Entonces, ya nos sentíamos verdaderos mé- dicos. Con nuestros delantales blancos, más cortos que los que habíamos usado en Anatomía, y armados con los sacrosantos estetoscopios, nos creía- 108

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