Huella y presencia [tomo I]

Dr. TULIO l'IZZI pausado con una abigarrada mezcla d e a lemán y castellano, que a veces llegaba a ser pintoresca, exponía sistemáticamente las propiedades de los diversos fármacos. Parecía el típico profesor europeo. La Cátedra para lela era desempeñada por el joven profesor extraordinario Jorge Mardones Restat. Entusiasta y preciso en el hablar, tenía una vitalidad expositora que a veces recordaba a Cruz-Coke , pero sin la arrebatadora vehemencia oratoria de éste. Dominaba profundamente su materia y tenía la habilidad de entregar hechos complejos en forma clara, no obstante su tendencia a utilizar fórmulas matemá ticas, las que raras veces sue len atraer a los estu- diantes de Medicina. Destacaba por su pensar.justo, metódico y objetivo. Las clases magistrales eran la base principal de nuestra formación. En la mayoría de las asignaturas existían apuntes a máquina que constituían la principal fuente de estudio. Aparte de Anatomía, prácticamente no utilizábamos libros. La biblio teca, situada en la esquina sur ponie nte del primer patio, destacaba por su elegante amoblado, pero era poco concu- rrida por los alumnos y su acervo bibliográfico era precario. Tomábamos nuestros propios apuntes, pero, en general, prefer íamos aquellos que se vendían dactilografi ados, de año en año. Las actividades prácticas (que llamábamos "pasos") nos eran útiles, pero nuestro aprovechamiento dependía de la calidad de los ayudantes que nos correspondían. El horario de los "pasos" no siempre era constante. A veces tenían lugar a las 7 de la tarde y duraban hasta después de las 21 horas. Los ayudantes se dividían entre exigentes y condescendientes o comprensivos. Entre los primeros, no olvidaré nunca a la Dra. Guajardo, quien con disciplina casi militar nos obligaba a esforzarnos al máximo en el estudio de las células y tejidos en los "pasos" de Biología Celular . No nos agradaba, pero debemos reconocer que, gracias a su exigencia y dureza, aprendíamos a usar adecuadamente los microscopios monoculares, que ella cuidaba como joyas y nos adentrábamos en el fascinante mundo de la intimidad celular de lo viviente. Eran días densos , que comenzaban temprano en la mañana y prose- guían hasta avanzadas ho ras de la tarde. Estudiábamos , en gener al, sólo para las pruebas e inte rrogaciones. Ello era debido fundamen talmente al escaso tiempo libre, el que dedicábamos casi siempre en ir al casino de las hermanas Luchita y Laurita Quiroz, que en aquel entonces, quedaba en la calle Panteón. Allí, aparte de la cariñosa recepción que se nos daba, tomábamos café caliente con empared ados de j amón o queso. Era e l mo- mento agradable del día. Más atrás existía un extenso terreno baldío, en el que solíamos jugar fútbol y en el que después se edificó el hospital de niños Roberto del Río. Durante todos los años de estudios el casino, que pasó a llamarse de "La Laurita" (por desaparición de La Luchita), era sinónimode un momento de agradable descanso. Posteriormente el casino siguió funcionando en antiguas edificaciones que quedaron del demo lido hospital San Vicente y continúa siendo muy concurrido. Laura Quiroz se 107

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