Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
90 do corresponsal de El Mercurio en Inglaterra. Yo tenía noticias de él constantemente y hablábamos por teléfono con alegría porque mi hermana Ximena de la Vega era la secretaria de los Editores de Cró- nica de El Mercurio. Ximena le tenía mucho aprecio ya que lo había conocido en las fiestas de la escuela, cuando ella salía con Francisco Palma y después Max Laulié, y luego ella lo vio constantemente en nuestra casa, cuando nos casamos con Patricio. Por eso no era extraño que cuando venía a Chile, pasara a visitarme a mi oficina y me contara detalles de su vida. De regreso al país, se instaló en Viña con su mujer, a quien me pre- sentó pues era decoradora y quería que yo le hiciera una entrevista en la revista VD donde yo trabajaba. Al poco tiempo supe que se habían separado, y que combinaba sus quehaceres como la cara visible del congreso ante la prensa. Un día, mientras almorzaba con Patricia Rodríguez, la agrónoma a cargo de los jardines del Congreso, en un pequeño negocio junto al edificio del parlamento, reconocí una de sus risotadas que venía desde uno de los apartados del lugar. No me equivocaba. Era él. Terminó compartiendo con Homero Monsalves, el fotógrafo que me acompañaba, mientras yo seguía entrevistando a Patricia. Tiempo después nos invitó a un grupo de compañeros a conocer su refugio en Cartagena. Una casa conmaravillosa vista a toda la bahía y Con los futbolistas argentinos Julio César Villa y Osval- do Ardiles y el periodista Oscar Vega Onesime.
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