Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

76 asalto al Portofino, pero también empeoraba por su negativa a ad- mitirse como enfermo. Así, evolucionó hacia una psicosis mania- co-depresiva, en que los estados de depresión se alternaban con delirios de grandeza. Luis Peebles cuenta que se marchó por su propia voluntad del sa- natorio. No dejó datos de domicilio ni otras señas, pero al tiempo se supo que retomaba contactos con ex dirigentes del MIR y an- tiguos amigos, a los cuales fue acosando crecientemente en una mendicidad a veces agresiva. Se le veía a menudo en la Escuela de Periodismo en la calle Belgra- do, donde la señora Carmen, administradora del casino, le regalaba comida. Llamaba la atención de los estudiantes, que lo veían como un indigente en avanzado deterioro. Los esfuerzos de numerosos excompañeros de Periodismo por ayudarlo fueron estériles. A veces lo veíamos vagabundear por ca- lles de Santiago y pasábamos a su lado sin que nos reconociera, con rasgos ya evidentes de una demencia progresiva. Terminamos perdiéndolo de vista, hasta que nos enteramos de que había muerto. El certificado de defunción del Registro Civil indica que falleció en la calle en la comuna de Providencia, el 14 de oc- tubre de 2002 a las 6:35 horas. La inscripción la hizo el Hogar de Cristo y la autopsia en el Hospital de El Salvador detalla que murió a causa de una bronconeumonía bilateral y una caquexia, término este último que significa extrema desnutrición. Nacido el 10 de septiembre de 1944, tenía 58 años. Llevado ante los tribunales con evidentes señales de torturas.

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