Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

Para que nadie quede atrás 71 glorieta, otros iban a encomendarse a la iglesia para sus exáme- nes o solazarse con algún sándwich. La terraza de la Escuela de Los Aromos era también motivo de encuentro, desde allí se podía apreciar a las chicas más hermosas y de buena situación económi- ca llegando en auto, cuando la mayoría se movilizaba en bus. Allí algunas chicas contaban sus romances, otras ya casadas o separa- das incitaban a las más novatas a “lanzarse a la vida”. Beatriz Undu- rraga, Marcela Otero y Blanca Edwards llevaban el pandero, cada una en su estilo, con distintas formas de enfrentar la vida. Patricio gozaba con cada una de sus acotaciones. En especial con Marcela con quien tuvo una importante complicidad; fue ella quien años más tarde –regresando de Cuba– le aconsejó que debía irse de su casa y separarse de Luz María porque no había que someter a las mujeres sino dejarlas libres “para que pudieran volar”. También en la terraza de la Escuela se conversaba de los últimos partidos de fútbol, se contaban los capítulos de alguna telenovela, se “calentaba” la materia de la prueba que se daría a última hora rogando por que el profesor no alcanzara a llegar o se disfrutaba de los rayitos de sol. El director Mario Planet, arriaba a “sus chiquillos” incitándolos a que se portaran bien, mientras que el diario mural “El Loro Hocicón”, con Samy Urzúa a la cabeza, daba cuenta de lo que pasaba fuera y dentro de las aulas. No faltaban las elecciones dentro de la Escuela ni los grupos ha- ciendo proselitismo político para convencer a alguno que no es- tuviera muy decidido o no presentara ninguna bandera. Tampoco estuvieron ausentes las fiestas en el subterráneo, donde se guar- daban los equipos del laboratorio fotográfico. Era el momento de olvidar las fotos “santas y non santas” que allí se revelaron, para de- jar cabida a las canciones de los entonces incipientes artistas Pollo Fuentes y Fernando Ubiergo. Se invitaba también a los alumnos del Pedagógico, comenzaba el baile y la fiesta ardía. Patricio disfrutaba de esas convivencias porque le encantaba bai- lar rock y twist, y Luz María lo acompañaba a la perfección. Las hermanas Jiménez formaban un dúo precioso con sus vocalizacio- nes; e Ivonne Collinet “le seguía la corriente” cuando tomaba su guitarra y no dejaba de cantar. La música fue una de las grandes pasiones de Patricio, no paraba de escuchar e imitar a Mercedes Sosa, al Temucano, a Víctor Jara, a Patricio Manns y a la propia Violeta Parra, que se transformó en su amiga gracias a su padre. Los conjuntos Quilapayún, Inti Illimani e Illapu sonaban constan- temente en su tocadiscos. Especialmente esto le apasionó cuando descubrió a los grandes de la trova cubana, como Silvio Rodríguez y PabloMilanés y pudo comprobar “in situ” lo que era ese país, para que nadie “le contara el cuento del velo gris que lo cubría”. Desgraciadamente ya sentía que era demasiado tarde para él. Un cáncer al pulmón lo estaba consumiendo, y aunque su suegra le pagó el viaje a La Habana, para hacerse tratamiento con renombra- dos doctores, él sintió que no podía perder el tiempo en eso y que como decía Guillen si la muerte, que era “una puta caliente”, se lo quería llevar, que así fuera, pero le no iba a perder tiempo en hue- vadas si podía conocer al pueblo y conversar con su gente. El porfiado sobreviviente Llevaba dentro de sí el peso de la tristeza de tantos años. De ha- ber “ perdido el tiempo en tanta juerga, en vez de estar con la fami- lia, que son los que están contigo hasta el final” , como lo decía con pena al comprobar el alejamiento de alguno de sus amigos cuando se enfermó y ya no podía ni caminar. De haber sufrido el desapa- recimiento de tantos de sus amigos de partido y haber soportado con impotencia como sus sueños de un Chile mejor y más justo para todos se vinieron abajo. De haber tenido que “mamarse” un trabajo que no le gustaba en El Mercurio, por tener que sacar a su familia adelante y haber perdido su carrera como libretista y ani- mador en televisión, porque a los ojos del medio periodístico tenía una “estrella roja en la frente”, como le dijo seriamente alguna vez el tío de su mujer Ramiro de la Vega, quien fue el único capaz de darle una mano con un trabajo como periodista junto a un amigo de él, Eduardo Latorre en el Departamento de Comunicaciones de la Universidad de Chile. Ya llevaba casi dos años vendiendo quesos, medias y sándwiches envasados puerta a puerta. Y había cargado hasta sacos en la Vega, con su cuñado, para poderse ganar el pan. Ese era tu tesón para salir adelante y no dejarse vencer. Así se lo hizo saber a los amigos que también supo hacerse en el medio “momio”, sus compañeras de Ediciones Especiales María Eugenia Borel, Gabriela Piderit y Ma-

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