Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

Para que nadie quede atrás 35 a caballo en Villa Alegre; fuimos de Chillán a Concepción en un modes- to vagón de tercera con mamás que daban pecho a sus hijos; estuvimos en la también nueva Escuela de Pe- riodismo de la Universidad de Con- cepción; visitamos Huachipato y nos alojamos –a lo rico– en un modesto hotel cerca de la estación de Temu- co. Llegamos hasta allí –gracias a una sugerencia del jefe de estación de Lautaro– en un tren de carga. No diría que pasamos hambre. Tampoco sed, sobre todo en las tierras del Maule. Seguramente nadie, o casi nadie, de las personas que conocimos (estudiantes de Periodismo, periodistas, familias cuyos hijos estu- diaban en Santiago y nos servían de contacto en muchos lugares) se acuerda de nosotros. Pero los he recordado mucho a lo largo de los años, sobre todo después de saber en 2011 de la muerte de Ted en su último refugio, en Havelock. Carolina del Norte. Dura encrucijada Nuestras carreras profesionales siguieron cursos diferentes. Como periodista rebelde e indomable por vocación, Ted cubrió noticias de todo tipo, incluyendo las guerras de Centroaméri- ca, las dictaduras de Sudamérica. Aparte de su trabajo inicial en Prensa Latina en Chile y en otros medios locales donde colaboró desde los años de universidad, se desempeñó como comentarista y como reportero en Buenos Aires, Caracas y otros lugares. En Bolivia fue director de diarios y de la TV pública. Estaba en este último cargo en agosto de 1971 cuando fue derrocado el Presi- dente Juan José Torres. Esa noche Ted fue gravemente herido en un ataque contra su jeep. Recordó así el incidente: “De pronto, en una oscurísima calle, justo frente a una curiosa casa, la del gran pintor Guzmán de Rojas que se había suicidado unos años antes, tronó el ratatat de una ametralladora. Siempre me han preguntado que se siente cuando las balas hacen impacto en el cuerpo de uno. No es un gran, estridente dolor. Se siente – por lo menos en el calibre que me tocó–, como si uno estuviera siendo pinchado por muchas agujitas calientes... Eso era lo que yo sentía en el brazo derecho y en las piernas, de modo que instinti- vamente me agaché y me hice un ovillo, debajo del volante. Una segunda ráfaga raspó mi espalda. Si hubiera estado erguido, me atravesaban el pecho a la altura del corazón”. Sobrevivió. Y para llegar a Chile a recuperarse con su familia, de- bió hacer un innecesario periplo por Uruguay. El nuevo gobierno de La Paz le negó la posibilidad de viajar directamente a Santiago, pese a su gravedad. En las siguientes décadas, incluso después que su salud empezó a flaquear, continuó desarrollando sus comentarios llenos de re- flexiones y datos interesantes y siempre atractivamente escritos. “Al filo de la revolución” Hombre de izquierda, desde nuestros años en Periodismo mostró un duro rechazo a toda forma de totalitarismo. Juntos publica- mos memorables comentarios cuando la Unión Soviética aplastó a los rebeldes húngaros en 1956. Hizo lo mismo en los años en que en nuestro continente florecían las dictaduras apadrinadas por Estados Unidos. 1957, Lautaro: en el tren de carga. Estados Unidos, junio de 1964. Ted, María Cristina Sanhueza, su esposa, y sus hijos Luis y Pía, posan junto a Benjamin Franklin y George Washington.

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