Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
30 Universidad Central de Venezuela aprendimos de y con ellos una conjunción imborrable de técnica, rigor y ética. “En ese periodismo del dúo comunista Dragnic-Álvarez había am- plio espacio para abrazar las mejores causas, como jugársela por el pueblo, por ejemplo, pero –eso sí– con «mucho fundamento». Con ellos se aprendía lo mismo para hacer periodismo revolucio- nario que neoliberal. Eso lo resuelve cada uno con su pensamiento. Lo que no se aprendía, era a acomodar la realidad. “Rigor, le llaman. Porque al final final, la verdad es siempre revolucionaria. ¿O no? “Dudo por tanto, que no sientan un bilioso re- flujo de pena y culpa los ex pupilos de Olga y Federico que hayan abandonado el rigor, en función de lo que perciben como su tarea ur- gente en este período. Sea para defender el pro- ceso bolivariano, que para destruirlo. Porque lo aprendido no se desaprende, pero sí se puede traicionar”, escribió Kirk. Y Olga nunca lo traicionó, justamente porque la ética pura que re- gía su actuar, marcaba claramente y sin posibilidad de confusión, el límite entre un trabajo periodístico discreto y esa suerte de poder que parece marear a algunos que ejercen el periodismo como he- rramienta para fines personales, favores o beneficios. “Cuando comiences a trabajar en medios de comunicación, sen- tirás que tienes un poco de poder. Cada vez más. Y ten cuidado porque uno se puede confundir. La gente te pedirá influir en sus intereses y para ganarse tu simpatía, te llegarán regalos e invita- ciones. Si las aceptas, ya no eres libre”. Ese fue el único sermón que tuve de Olga cuando ingresé a la Escuela. Nunca lo olvidé. Luego supe de las ofertas que recibió Federico para ser espía y de tantas otras que Olga fue esquivando a lo largo de su vida y que incluían todo tipo de agasajos. Recibió de las manos de Hugo Chávez la condecoración Francis- co de Miranda porque se trataba de una reco- nocimiento del Estado, pero nunca aceptó un premio porque los consideraba una forma sola- pada de apoderarse de la independencia de un periodista, y aunque durante años fue convo- cada a grandes cargos y ministerios, solo acep- tó recibir en aquellos viejos sillones de ratán a quienes le pidieron albergue, apoyo y orienta- ción en una buena causa que, lo mismo podía estar ocurriendo en Venezuela o en Chile sin que se notará que existían miles de kilómetros entre ambos países. La muerte de Olga que sigue a la de Federico, termina con ese vín- culo exquisito y mágico que existió entre el periodismo chileno y el venezolano durante tantas décadas y de la que hoy quedamos muchos huérfanos educados al alero de un cariño, ética y rigor en- trañables. “Basta Paola…”, casi puedo escucharla. Olga Dragnic en sus últimos años.
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