Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 27 Olga Dragnic Franulic YUGOSLAVIA, CHILE, VENEZUELA Por Paola Dragnic Mientras comienzo a deslizar los dedos en el teclado, hasta puedo sentir a Olga regañándome: “es muy malo eso de andar adulando a los periodistas”. Sin duda estaría un poco molesta si supiera que escribo estas líneas nada menos que para honrar su memoria y la de Federico Álvarez, su compañero, colega y gran amor. “Y peor aún, viniendo de una periodista de mi propia familia”, increparía chistosa justo antes de dar la última bocanada a su venezolanísimo Belmont corto. No hay nada que honrar, coincidirían los dos en el cielo de los ateos, porque el periodismo que nos heredan –dirían insisten- tes– es simplemente el que necesita la verdad: certero, capaz de interpretar los hechos en su contexto, obsesivamente riguroso y humilde en lo intelectual. Olga Dragnic vivió y murió en las más absoluta discreción y auste- ridad en el mítico departamento de Avenida Las Acacias en Cara- cas que se convirtió en el útero materno para nuestra desperdiga- da familia y en una especie de tibio cubil para periodistas chilenos y venezolanos que, al menos una vez a la semana, se daban cita para conversar y analizar sobre los avatares de la política latinoa- mericana y el uso y abuso del periodismo. En esos sillones del indestructible ratán de los ’60 que sobrevi- vieron a nuestra infancia y amoblaron durante cinco décadas su departamento, se sentaron muchas generaciones de periodistas y políticos que encontraron en Olga y Federico el asilo intelectual, académico y emocional necesario para sustentar la trinchera de un periodismo honesto y valiente que intentaba salvaguardar la verdad en medio de los convulsionados años que atravesaban Chi- le y Venezuela. Y es que el periodismo chileno y el venezolano están cruzados en- trañablemente desde sus orígenes y en muchas de sus vueltas, hay algo de Olga y Federico entre medio. De hecho, su propia historia de amor y combativa militancia co- munista, convergen casi proféticamente en la recién creada Es- cuela de Periodismo de la Universidad de Chile a la que los dos llegaron sin conocerse, con exilios dolorosos y el sueño de una ca-
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