Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 269 Marta Andrea Machuca Arriagada DE VERAS QUE ODIABA LLAMARSE MARTA Por Francisca Escobar, Ana María Hurtado, Elisa Montecinos, Gabriela Bade y Gabriela Villanueva. Machuca, la llamábamos con cariño. Era chica, ruda y audaz. Como la nuevas tendencias que llegaban de Conce con peina- dos, jerga y modas distintas, refrescando el enrarecido ambiente del Santiago de comienzos de los 90, se dejó caer un día por la Escuela de Periodismo, en ese entonces ubicada en la calle Bel- grado (ahora José Carrasco Tapia) en un conjunto de casas que habían sido el cuartel general de la DINA. La risa llena de ironía, los lentes rotos y Sábato o alguna otra lec- tura sesuda bajo el brazo; la crema fina en el velador y los bototos para la calle. Era rebelde y avant-garde, le gustaba ir contra la co- rriente. Vivió a concho sus escasos años de vida, realizó hazañas, proezas y viajes, cambió de ciudad y de carrera. No terminó Pe- riodismo, donde la conocimos, ni Sociología, carrera vecina a la que se cambió después. Leía vorazmente y a un ritmo que varias nos hubiéramos querido. Era una intelectual de tomo y lomo, muchas veces nos sorprendía con lecturas inesperadas que algu- nas sólo pudimos digerir varios años más tarde. Los domingos se leía entero el diario La Época y partía al cine. Caminábamos hasta el Normandie para ver cualquier película de Kieślowski, muchas de Wim Wenders y otras tantas: Santa Sangre, Delicatessen, Una noche en la tierra. Después escuchá- bamos los cassettes con la música de las películas comiendo las delicias de la encomienda que su madre (“mi mami”, como ella la llamaba), le enviaba desde Cañete: nalcas, mermeladas, chorizos y quesos. Esa calidez íntima y hogareña que se irradiaba desde el sur, y que ella celebraba y compartía, convivía sin problemas con su rabia contra el mundo y sus miserias. Esa rabia la descargaba con unas cuantas patadas bailando al centro de alguna pista, al ritmo de Los Tres y otros rockeros sureños que nos presentó en las fiestas de esos primeros años. Tantas veces estudiamos en el departamento limpio y acogedor que compartía con su tío Caco y que su familia generosamente le había instalado en la capital para que pudiera vivir sin mayores contratiempos (y que como es de esperar no le gustaba). Si no es por ella, varias habríamos reprobado Psicología más de una vez.
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