Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 263 minaba con un cigarro escondido en la palma de la mano. Cuando llegaba donde su eventual cómplice lo mostraba, en señal de que quería compañía para fumar. Sabía que le hacía mal, pero se daba ese pequeño lujo. “No me costó nada dejar el copete, pero putas que me ha costado con el pucho” , explicaba cuando se le decía o más bien se le increpaba para que dejara el vicio. Resulta raro que no esté. Uno pensaba que Urruti envejecería con todos los de su generación. Uno se lo imaginaba como un gran compañero en la vejez, porque conocía todas las historias de ju- ventud y le gustaba contarlas y conversarlas. La tercera edad, como le llaman, seguramente habría sido más llevadera con un amigo como Urruti, siempre dispuesto a conversar hasta el hartazgo de los temas más inverosímiles, desde los potenciales atractivos de los bares-discotecas hasta los secretos del tiempo y el espacio, pasan- do por la degustación de carnes, tintos y perniles, aderezados con la música de Lucho Barrios, Domenico Modugno, Salvatore Ada- mo y los clásicos italianos de los años 60 y 70. Para el que quiera impregnarse de su presencia puede hacerlo en el sector de la Punti- lla de San Juan, en Quintero, su lugar preferido y donde sus cenizas fueron arrojadas al mar. Reunión de pauta en LUN. Urruticoechea al centro.
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