Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

Para que nadie quede atrás 261 Nunca confesó fanatismo por algún equipo, aunque lo vieron cele- brar algunos goles de Colo Colo. Incluso, en 2006, vio la final de la Copa Sudamericana que los albos perdieron ante el Pachuca mexi- cano en el bar Quitapenas, frente al Cementerio General. Desde sus tiempos en laUniversidad de Chile y para hacermás fluída la comunicación, sus compañeros en la escuela de Periodismo opta- ron por llamarlo, simplemente, “Urruti”, cosa que él aceptó de buena gana, ansioso también de hacer amistades, aburrido de su condición de hijo único, mimado y consentido por doña Catalina, su madre. Aparte que incluso era una solución para él mismo, debido a que su atropellamiento para hablar se hizo ampliamente conocido. La ver- dad es que a veces no se le entendía nada. Y, lo más probable, es que estuviera diciendo algo muy entretenido y/o inteligente. Entonces era más fácil llamarlo de esa manera, que en algunas temporadas variaba a “Burru”, “Andrés” o “José Andrés”. Los más cercanos osaban decirle también “Don Chuma”, por su innegable parecido con el personaje amigo de Condorito. Claro que ese mote estaba reservado para los que él consideraba sus amigos, quien no lo fuera podría haber recibido una devastadora patochada directa al mentón o un ladrido humillante. El hueón era pesado, a veces. Al decirle “Don Chuma” se le estaba recordando su tremenda na- riz, el típico bigote de la caricatura y el pucho siempre encendido entre los labios. Alguna de esas características podía no gustarle. El parecido en algunas ocasiones era abrumador. Eso ocurría cuando a Urruti le daba por innovar con la moda, especialmente en invier- no. Impacto causó la primera vez que se apareció por la cafetería de la Escuela de calle Belgrado, actual sede la Fech, ataviado con un sombrero negro, igual al de “Don Chuma”, y un abrigo largo, de hombre viejo, quizás conseguido a bajo precio en las tiendas de ropa americana de calle Bandera, más un paraguas frondoso, con cacha curva de madera. El hueón era ondero. Andrés hizo la práctica en el diario Las Últimas Noticias, en 1988, cuando su director era Fernando Díaz Palma. El enjuto reportero destacó inmediatamente por su fina ironía y profundidad en el tra- tamiento de los temas. No debió esforzarse mucho para que sus jefes de la época decidieran contratarlo. Las cosas se le dieron fáci- les, porque dominaba el oficio como un periodista avezado. Quizás por eso, en lugar de apoltronarse, decidió encarar otros retos. Como bien ya explicamos, Urruti hablaba como las reverendas. Parece que tuvo dislexia cuando chico. Por eso la tele y la radio le estaban vedadas. Lo suyo era la prensa escrita, donde se desempe- ñaba por sobre la media. En todo caso, tuvo su consagración en la pantalla chica. Se había ido a trabajar a la revista Qué Pasa, donde el director era Roberto Pulido. Para su mala suerte, aquella publicación había optado por promover sus ediciones con spots publicitarios televisados. “Fuimos a Coyhai- que en busca del Rambo chileno”, se le alcanzaba a escuchar a Urruti José Andrés Urruticoechea. El “Don Chuma” vasco.

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