Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
248 Personalmente con Jaime Nos conocimos en la Escuela de Perio- dismo a inicios de los ’80. Nos conectó Arquitectura porque había sido compañero de un pariente y luego trabajamos juntos en La Nación por siete años. Compartimos turnos, mesa en el casino y más de una botella de vino tinto en las fiestas del diario y en el res- torán Guima, en la esquina de Teatinos con Huérfanos. Siempre había un motivo para conversar, donde las mujeres fueron nues- tro tema principal. Jaime era un conquistador nato. Siempre fino y elegante, sagaz, como un puma para acechar a su presa. La mejor anécdota la explica su hijo Luis Emilio. “Una noche fuimos al cine Normadie de Alameda, cerca de Plaza Italia. Yo era un niño de unos 12 años. No recuerdo la película, pero sí a mi papá que le gustó una niña con la cual intercambió unas palabras y en un rato la enganchó. Lo vi en acción y con éxito, pero no me gustó. Fue una sensación rara, pero él era así”. Sus mayores frustraciones fueron el cambio radical de varios de sus compañeros de partido y el no poder escribir un libro sobre Putú, su tierra. Ubicada a 350 kilómetros al sur oeste de Santiago y a 25 kilómetros de Constitución. Amaba su pueblo, el restorán El Central , donde compartía con los coterráneos, la mayoría de la ter- cera edad, campesinos y jóvenes. Le fascinaba ir a su casa, abrazar a su madre y tomarse una copa con su padre, con quien no siempre tuvo una buena relación. Pero ambos se amaban. Hay dos hechos que marcaron a Jaime con sus padres. La primera fue con su papá, don Jaime. A los 21 años se fue de la casa presiona- do por su progenitor que lo obligaba a trabajar y a no holgazanear. Claro, Jaime prefería hundirse en las lecturas de los libros que con- seguía en la biblioteca y asistir a las reuniones de la JJ.CC. mientras entraba a clases. Un día hastiado de los retos, tomó maleta y se marchó. Para abuenarse, le escribió una larga carta de tres carillas a su papá que lo retrata de cómo era. “Papá, independiente de a quién corresponda, yo voy a iniciar el diálogo. Aunque parezca, no tengo falso orgullo y por eso esta vez voy a explicar mi posición, mi punto de vista. No lo hago porque sea mi única salida ni porque busque determinada acogida, lo hago porque no deseo por mi gusto prolongar una situación que amar- gue la vida de Ud. y los demás. Y no me refiero a mi ausencia, más bien me refiero a mi presencia en casa, a mí convivir con todos ustedes, pues es ahí cuando surgen los problemas. “Al contrario, digo, mi intención es aclarar las cosas, es querer que ellas se vean tal cual son en la forma más correcta, más real. Y no quiero que aquí se deduzca que me considero poseedor de la ver- dad absoluta o que deseo mostrarme perfecto o superior a alguien. Porque no es así. Estoy dispuesto a reconocer mis errores y a asu- mir mis responsabilidades y deberes, pero de acuerdo también, a un reconocimiento de mis derechos como persona, porque creo que lo soy, y aun respeto mis cosas y opiniones. “Creo que nada se arregla con intransigencias ni con cerrarse ni con recurrir a cualquier actitud aparte. Ello sólo demuestra no es- tar seguro de la propia razón o, simplemente, no tenerla”. Doña Marina Con estos tres párrafos se demuestra el carácter fuerte, seguro y conciliador ante un problema delicado con su papá y que final- mente lo resolvió. A diez años de su muerte, en 2007, lo fui a visitar al cementerio de Putú. Luego de rezar en su tumba, fui a conocer a sus padres. Tuve la ocasión de tomar once con don Jaime, un hombre duro, de campo, que pasó dif íciles momentos en Santiago cuando fue empleado del Ministerio de Obras Públicas hasta jubilar y regresar a su terruño. Ahí me habló del segundo episodio que complicó a la familia, pero más a su madre. En ese momento no me quedó claro el asunto. Jaime había estado detenido. Finalmente pude dilucidar cuándo y por qué. Este tema estaba vetado conversarlo con su mamá. Sin embargo, en el momento ella llevó la batuta de las protestas y de la lucha por su liberación luego de que el 25 de enero de 1981, junto a otros 15 estudiantes, fue detenido en El Quisco por cantar canciones fol- clórica y de protesta mientras se encontraban de vacaciones en un condominio. Alguien del lugar que los escuchó llamó a carabine- ros, quienes los arrestaron y los llevaron detenidos a la comisaría de San Antonio. Fueron dos semanas de pesadilla para los padres
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