Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 247 “Varias veces nos encontramos en los mismos temas. Nos pisa- mos la cola , como decíamos, porque yo también andaba detrás de lo mismo. Esas pisadas de cola siempre las resolvimos con una buena broma y un abrazo. “Quizás para alegrarse la vida, Jaime usaba un pequeño payaso de metal colorido prendido en la solapa de la chaqueta. Pero el payaso no le resolvió su crisis. Lo vi como poco a poco se iba des- moronando su alegría de vivir. Hasta que una mañana nos llegó la amarga noticia. Había resuelto poner fin a su vida. Yo siempre consideré una cobardía el suicidio. Pero a partir de ese instante que me tocó tan de cerca, comencé a cambiar de opinión lenta- mente. “Aún creo que la maldición de la vida hay que enfrentarla con fuerza en cualquier circunstancia. Pero desde hace un tiempo arribé a convencerme que a veces los seres llegan a un estado en que el túnel es demasiado oscuro y largo, y no hay más luz al final. Ese es el instante en que hay que tener la valentía de quitarse la vida para acabar con todo y partir para siempre. Para siempre, porque si no crees en la otra vida, como yo no creo, esa partida es para siempre. Eterna. Es el final de finales”. Sindicalista Jaime tenía muchas virtudes. Pero por sobre todas, servir a la so- ciedad, a sus pares. Por ello no dudó cuando le insinuaron que postulara a la presidencia del Sindicato N° 3 de Periodista en La Nación. Fue elegido para el período entre 1993 y 1996. En ese lap- so convocó a la huelga para mejoras salariales y materiales para sus socios. En 1993, en la sección Punto de Vista de la revista Nos Otros , la periodista Claudia Sánchez describe así a Jaime: “Delgado, pá- lido, algo nostálgico y con una cierta mirada de poeta románti- co. Es un periodista idealista por donde se lo mire. Sensible a los problemas que invaden al hombre contemporáneo, un Quijote que lucha por lo que cree justo. Con voz suave y algo misteriosa cambia drásticamente cuando le toca representar a los trabaja- dores en las innumerables asambleas. Allí se vuelve enérgico y clarificador”. Hasta ahora se han escrito tres perfiles de diferentes personas en distintos períodos y lugares, y los tres tienen grandes coinciden- cias en la forma de ser de Jaime. Profundo en sus convicciones, Jaime Valdés tenía una mirada cla- ra sobre la justicia, de la que decía “toda resolución de conflictos que se dan entre seres humanos tiene por centro la justicia. La justicia debería regir la vida. La justicia entendida como verdad, lo justo como lo equilibrado”. En ese tiempo de álgida actividad conoció a su última compañera de la vida, la periodista Claudia Saavedra, quien fue un bastión en sus años en La Nación y cuando salió del diario en enero de 1997. La también técnico bibliotecaria, escribió: “Cuando me piden pensar en ti (Jaime), surgen recuerdos, sólo re- cuerdos, muchos recuerdos, con tu partida se acabaron el presen- te y el futuro, sólo quedó el pasado. Porque ya no estás, no qui- siste. Fuiste un compañero de grandes luchas, imposibles muchas de ellas, pero que siempre persististe en darlas. Nada fue en vano. Sembraste, aunque no lo puedas ver. Algunas cosas de hoy te gus- tarían, como la transparencia, el surgimiento de la ética en el fun- cionamiento de las instituciones, en la política, lo que siempre mo- tivó tu accionar en la vida. Otras te harían riscar la nariz. Pero lo importante es recordarte como el gran humanismo que poseías, un humanismo que te hacía estar cerca de la gente, que te respeta- ran. Pasos que quise imitar pero no sé si con tu mismo éxito. De- jaste grandes recuerdos entre todos. Dejaste grandes dolores, pero siempre –en lo personal–, siempre retendré en mi corazón tu gran capacidad de amar, tu carácter acogedor, tu irrenunciable amor a tus hijos. Tu pasión por vivir, mientras quisiste hacerlo”. Conquistador Finalmente, fue Claudia el hilo conductor para encontrar a su fa- milia y a sus más cercanos luego de 18 años de su partida. Su única esposa, sus hijos, primas, amigos cercanos y su mamá pudieron ha- blar de alegrías y tristezas, de las historias, anécdotas y frustracio- nes de Jaime.
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