Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
242 Aguantó un mes y no le gustó. Como había quedado en lista de espera en Economía de la Universidad de Chile, de Valparaíso, se cambió. Duró un semestre, trasladándose a la Universidad de Chile de Santiago. Hizo sólo el segundo semestre y se retiró. Se metió a estudiar dibujo técnico a un instituto profesional. Dio por segunda vez la PAA, y entre 1974 y 1977 estudió Arquitectura en la casa de Bello, en la casona de Portugal con Diagonal Paraguay. Cada carrera que eligió tuvo su justificación por muy diversas que aparezcan. Quiso Veterinaria para ayudar a los animales, pasión que nació en su natal Putú, donde vivió hasta los ocho años. Eco- nomía fue para conocer las fórmulas para gastar menos y ahorrar. Entró a Arquitectura para saber construir casas e ir en ayuda de los que no la tenían. Y Periodismo para dar a conocer lo que pa- saba en la sociedad. Con sus padres (Jaime y Marina) y sus tres hermanas, tomaron maletas para vivir en Santiago. Fue en 1960. Llegaron cerca de la plaza Bogotá, en el barrio de Avenida Matta con Sierra Bella. Su padre era mueblista. En la capital le habían ofrecido un inte- resante trabajo en una fábrica familiar, pero a los meses postuló al Ministerio de Obras Públicas y trabajó allí hasta jubilar. Fue sindicalista de la Caja del MOP hasta después del golpe militar. La vivencia de su padre con pensamientos socialista en la admi- nistración pública, llevó a Jaime a leer muchísimo sobre el socia- lismo y el comunismo. Fue alimentando su intelecto que brotó con las primeras letras del silabario en la escuela pública de Putú. Aprendió a leer antes que sus compañeros. Libros y diarios que llegaban a su casa de campo, los devoraba. Con su conversación pausada, voz suave, ademanes amables y una sonrisa dulce, fue conquistando amigos y corazones en su tierra, entre ellas su única esposa y mamá de sus tres hijos varones (Amaranta es de otra relación), María Cristina Schulz, profesora. Con los años se separaron, pero nunca se enemistaron, creciendo entre ellos Juan Salvador (por la fábula del libro Juan Salvador Gaviota), Luis Emilio (por Luis Emilio Recabarren, el padre del movimiento obrero nacional revolucionario de izquierda), Ama- ranta (por Cien Años de Soledad y una de las protagonista, la hija menor de José Arcadio Buendía, y por el color de la bandera co- munista) y Víctor Ernesto Agustín (por Víctor Jara, por Ernesto Ché Guevara y Agustín por el abuelo materno). La primaria la continuó en la capital, siendo uno de los mejores alumnos hasta llegar al Liceo Manuel Barros Borgoño, en calle San Diego, muy cerca de Franklin, en el Santiago viejo. Estuvo entre primero y sexto de Humanidades (séptimo básico a cuar- to medio de hoy), saliendo con honores y ofreciendo el discurso final de tres carillas y escrita perfectamente a máquina, como el mejor de la promoción. Discurso a los 18 Vale destacar el discurso donde deja de manifiesto sus claros pen- samientos y su proyección como hombre de bien. En ese mes, el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende llevaba sólo unos días: En familia, con su esposa y sus dos hijos.
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