Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
24 En esas aulas de calle Los Aromos, junto a colegas como Abraham Santibáñez, Teddy Córdova, Silvia Pinto, Erica Vexler o Toño Frei- re, seguimos aprendiendo durante cuatro años de la palabra erudi- ta de Leopoldo Castedo, la sabia de Raúl Aicardi, la acompasada de Abelardo Clariana, la experta de un Mauricio Amster. la enérgica y definitiva de Lenka Franulic. Lenka siempre distinguió a Raquel con su preferencia, quizá augu- rando en esa periodista en ciernes la brillante profesional en que se convertiría. En 1957, cuando éramos aún sus alumnas, nos invitó a participar de “Apuntes”, un espacio radial “escrito, hablado y dirigido por mujeres”. No era feminista porque no hablábamos de derechos ni de igual- dad de oportunidades; sólo quería- mos demostrar que podíamos hacer un tan buen programa informativo de la actualidad como aquellos rea- lizados por hombres. Lenka dirigía, Licha Ballerino era la reportera es- trella, y nosotras simples ayudantes, mientras las voces de tres locutoras de lujo, Mirella Latorre, Eliana Boc- ca y Elina Zuanic, voceaban nuestro trabajo por las ondas de Radio Mi- nería, la más importante entonces. Poco antes de terminar los estudios, invitadas por un maestro muy que- rido profesor de radio, Raúl Aicardi (fallecido en septiembre de 2013 a los 89 años en Estados Unidos), Raquel y yo comenzamos a trabajar en el Departamento de Prensa y Radio de la Universidad de Chile en la Casa Central. Allí se gesta- ban las bases del primer canal televisivo de la Universidad de Chile, el Canal 9. Pero todavía era radio y nos limitábamos a reportear el quehacer de la Universidad para difundirlo en programas radiales que salían al aire a… las 8 de la mañana de los días domingo. Reportera policial Estábamos felices ahí por la índole cultural de la tarea y porque, recién salidas de la Universidad, nos hicieron contrato de trabajo. Pero pronto lo abandonamos porque ambas conseguimos empleo en Zig Zag, la vieja empresa editora de revistas. Aunque quedamos en oficinas vecinas del edificio de Avenida Santa María, desde ese momento nuestros caminos comenzaron a separarse: yo ingresé al quehacer de los espectáculos en Ecran y Raquel al de la crónica policial en revista Vea . Raquel, que venía de familia tradicional y colegio de monjas, se encontró allí con un mundo diametralmente opuesto. Debía re- portear los crímenes y delitos que alimentaban la circulación de ese popular semanario de crónica roja. La acompañaban en estas andanzas avezados reporteros policiales como Rafael Núñez u Os- valdo (el Chino) Muray, también ya fallecidos. Y al igual que ellos, salía tras la noticia con los reporteros gráficos Francisco de Silvestri, Jua- nito Silva (su favorito, porque pro- venía también de Sagrada Familia) o “Pichanga” Muga, expertos todos en fotografiar cadáveres y sorpren- der delincuentes. La mejor escuela para un periodista, según la leyenda. Fue de las pocas mujeres periodis- tas que asistió al fusilamiento de dos homicidas, Osorio y Cuadra, con- denados a la pena de muerte por el asesinato de las hermanas Vera Ro- mero y su empleada, hecho de san- gre que conmovió a la opinión pública en los años 60, y que narró en las páginas de Vea . Como cada paso profesional que acometía, tomó tan en serio su la- bor, que habiendo llegado joven e inexperta a esa redacción cuando la dirigía Jenaro Medina, ya bajo su siguiente director –Eduardo (el triste) Rivas– Raquel era la subdirectora. Terminó como directora del medio al momento del golpe de Estado de 1973. El hijo anhelado Un fin de semana de diciembre de 1962, invité a Raqui (que así la Lidia Baltra con Raquel Correa (agosto de 2006)
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