Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 239 quien me consolaba y me abrazaba cuando yo estaba triste. Pero Claudia no solo era así conmigo sino con todas las personas que conocía, porque junto con esas ganas de vivir a concho su existen- cia, su bondad era infinita, y eso hace que todos sus compañeros la sigan amando y recordando hasta hoy. Mi amiga tenía una orientación al servicio que no he vuelto en- contrar en nadie más y era tan buena, que incluso a veces la pasaba muy mal por eso. Como aquella vez en que luego de ver caer a una señora por las escaleras de la estación del Metro, se quedó acom- pañándola y la tuvo que llevar a la Posta. Al otro día me contó la odisea que había pasado porque no tenía ni un peso en el bolsillo –como muchos de nosotros– y había tenido que volverse de ma- drugada en taxi a la casa. Le salió un dineral y al llegar, tuvo que despertar a sus padres para que le dieran plata y poder pagar el auto, llevándose de paso un reto de don Ángel, su estricto papá, por andarse metiendo en esos enredos. “Recuerdo una sonrisa de labios y ojos amables y pensativos que re- flejaban su instalación feliz en el mundo, siempre dispuesta a com- prender y ayudar. Hoy debe estar mirando curiosa la evolución de nuestras vidas, pensando cómo nos puede echar una mano sin que se note y meditando dónde será su próxima aparición en la tierra (me emocionó acordarme de ella)”, dice mi ex compañero Mauricio Tolosa coincidiendo plenamente con lo que yo pienso de mi Clau. Mauricio fue uno de los tantos amores platónicos de mi amiga, igual que los hombres de raza negra que me hacía perseguir a ve- ces por todo el centro porque le fascinaban y que se nos escabullían entre sonrisas y cansadas y transpiradas carreras llenas de bolsos… “Una vez me dijo que admiraba a las personas de raza negra y que le gustaría pololear con alguno” , me cuenta Osvaldo Domínguez, una de las personas con quien ella sostenía conversaciones en la Escuela de Periodismo. “También recuerdo que una vez sus papás le regalaron un poco de dinero para su cumpleaños y mi polola de ese entonces (Soledad La- vados) la llevó para que conociera un mall (creo que el Parque Arau- co, que fue de los primeros) donde quería comprarse algo. A ella le gustó mucho el mall y estaba muy impresionada por lo grande y bonito que era” , agrega mi ex compañero. Trabajar En el segundo año de la carrera, de mano del profesor Samuel Mena, Claudia y yo sentimos el llamado de la fotograf ía y, tal como todo lo que ella hacía, le puso mucha pasión a sus infinitos clics y capturó todo lo que le interesaba. En ese entonces, yo era algo así como su modelo experimental y ella era la mía; por eso, mutua- mente nos sacamos unas fotos maravillosas que conservo hasta el día de hoy como un verdadero tesoro. Con la fotograf ía, comenzamos a tra- bajar y no paramos más. Junto con eso nos dio por poner- nos a tejer. Íbamos juntas a comprar lana al centro y lue- go a su casa a tejer y a estudiar, lo que me permitió cono- cer a su padre, a su madre –que más encima se llamaba igual que yo, pero con ll (Mirella)- y a sus dos hermanos, a quienes ella amaba y respetaba infinitamente. Pero en tercer año, ella dio un giro y se puso a hacer la práctica de Radio en la naciente Radio Gigante. Pronto me invitó a acompa- ñarla y era trabajo de frentón. Hasta allá llegamos gracias al editor de Noticias y nuestro profesor del ramo, Gerardo Ayala, quien se- ñala que “si bien ya han pasado muchos años, más de dos décadas desde que trabajamos juntos y desde que la tuve como alumna, lo primero que me viene a la mente cuando recorro el pasado es la bondad y prolijidad de Claudia”. Claudia Araya Palacios
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