Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

238 Claudia Araya Palacios NUESTRA AMADA CLAUDIA Y SU TRASCENDER… Por Mireya Seguel Claudia Victoria Araya Palacios (1964-1992) legó a mi vida un día de marzo o abril de 1985, poco después del terremoto de aquel año, cuando nos conocimos en la famosa “caja de fósforos” de Diagonal Paraguay con Portugal, un pequeño edificio de laUniversidad de Chi- le en el cual se ubicaba la Escuela de Periodismo aquellos años. De se- guro, fue ella quien me habló primero, porque por aquel entonces yo era muy tímida y no me atrevía a abrir la boca frente a desconocidos. Debe haberme dicho algo así como “oye, ¿tú también entraste este año a Periodismo?” y a continuación debe haber sonreído con ese bello gesto grabado hoy a fuego en mi corazón y que sin duda era lo más hermoso que ella tenía… Recuerdo bien que estaba dichosa porque tenía muy poca esperanza de entrar a la carrera debido a que su pun- taje no había sido tan alto como el que tenían los primeros seleccio- nados, pero aquel año, como las vacantes habían aumentado al doble, la llamaron a su casa para que se matriculara lo que la tenía muy feliz. Vida universitaria Claudia venía de haber estudiado dos años de Tecnología Médica en la Universidad de Talca y no le había gustado. Me dijo que le pa- recía una profesión muy fría y que su interés estaba más en ayudar al prójimo y que por eso Periodismo le parecía la mejor opción. Además, quería ver el mundo, conocer mucha gente y descubrir lo que la vida tenía por entregarnos a todos los jóvenes en aquella convulsionada época de nuestra historia. Por eso, decidió dar la Prueba de Aptitud Académica de nuevo para ser periodista y porque le fascinaban las historias que le contaba acer- ca de esta profesión su vecino en la comuna de La Granja, Eduardo Sepúlveda, hoy editor de Deportes del diario La Tercera. Todo eso me lo dijo de una sola vez la Claudia y desde ese minuto ambas nos hicimos inseparables pues de inmediato ella me regaló su amistad y yo le regalé la mía. Quedamos en caminar juntas todos los días hacia el paradero de la micro desde la escuela hasta Teatinos con Alameda, donde afortunadamente coincidía nuestra locomoción colectiva. Allí, en más de una ocasión nos pillaron las protestas y un par de bombas lacrimógenas que nos sacaron muchísimas lágrimas de indignación. Con el paso del maravilloso tiempo en que ella fue parte de mi vida, se convirtió en mi mejor amiga e incluso a veces casi en una madre

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