Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 237 Simultáneamente quería seguir siendo un padre y esposo muy pre- sente, participativo en el colegio de sus hijos y en las reuniones fa- miliares. Le fue robando cada vez más horas a la noche para rendir al máximo. Quería hacer todo bien. Su cuerpo empezó a dar síntomas de agotamiento que no supimos interpretar, hasta que un resfrío lo obligó a ir al médico y descubrir un pequeño nódulo pulmonar que terminó siendo la primera señal de su cáncer. Entereza, humildad, perseverancia El hallazgo, a sus 39 años, cuando se disponía a iniciar tercer año de medicina, sacó a la luz cualidades ocultas hasta entonces. Ente- reza, humildad, hidalguía, optimismo, perseverancia, gratitud, fue- ron algunas de ellas. Su vida desde entonces –más que nunca– fue una lección de vida para quienes lo conocieron de cerca. Trabajó casi hasta el final de sus días, entregando a sus alumnos no sólo sus conocimientos, sino su experiencia de vida. En nuestro matrimonio, consolidado y con muchos sueños aún por realizar, tuvimos dos hijos: Rubén, quien actualmente estudia Medicina y Claudia, humanista, a un año de entrar a la universidad. Claudia honra con su nombre a nuestra compañera de curso Clau- dia Araya, quien fue la primera en dejarnos apenas egresamos de la U, querida transversalmente por todos quienes integramos la ge- neración del 85. Así, Rubén Bravo La Vega tuvo hijos, escribió un libro y plantó más de un árbol conmigo, uno de ellos el damasco que aún tenemos en el patio de nuestra casa en La Florida, donde quedaron resonando para siempre su alegrías, sus penas, sus reflexiones, sus buenos de- seos y sus grandes pasiones. Junto al equipo policial de LUN en la picada de Don Oscar.
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