Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

Para que nadie quede atrás 217 Tal vez alguna vez haya sentido el pudor del aprendiz. Es ese recato de hacer algo que va a ver tu maestro. Un sentimiento de inquietud y desconcierto y a la vez un acto de humildad y valentía como la tauromaquia. El siguiente es uno de esos intentos. Eduardo Marín Gaviria nació con el don de la palabra. Como un mago, con un rosario de vocablos fríos era capaz de construir una imagen sólida y memorable en la imaginación de los lectores. Por ejemplo, estas frases la escribió el 2 de octubre de 1968 cuando era corresponsal de la agencia de noticias Inter Press Service en la capital chilena: “Santiago de Chile está siendo demolido. Las vetustas casonas se desmoronaron ante el golpeteo de equipos especializados en la construcción organizada. Los planes de remodelación urbana pre- paran la ciudad para los agitados años del futuro”. La observación acuciosa era uno de sus dones. Los buenos escrito- res escriben el primer borrador con los ojos. CIUDADANO DEL MUNDO CON PASAPORTE QUINDIANO Por Jairo Alberto Marín Gaviria Eduardo nació el 17 de octubre de 1942 de las manos de una par- tera en la finca Angostura de la vereda El Gigante en Montenegro, Quindío. En el pueblo aprendió sus primeras letras. En su tiempo, a mediados del siglo XX, quienes quisieran estudiar debían dejar su tierra y explorar los nacientes centros urbanos don- de se forjaba el progreso de Colombia. La inteligencia del mucha- cho llamó la atención de la familia Mejía que lo invitó a vivir con ellos en Medellín. En el colegio de la Universidad Pontificia Bolivariana obtuvo su tí- tulo de bachiller y se fue a Bogotá a la Universidad Nacional con el sueño de ser médico. Sin embargo, el destino tenía otros planes para él. El ímpetu de la juventud lo llevó a continuar sus estudios en Buenos Aires y luego siguiendo el llamado de su vocación por las palabras se fue a Santiago de Chile a estudiar periodismo. Para entonces era claro que lo que lo movía era un compromiso con la justicia social, con las ideas progresistas que había heredado

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