Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

216 allí trabajó como colaborador a Jorge Silva, a quien siempre ayudó y protegió, pese a su cambiante e impulsiva perso- nalidad. Fue un protagonista sanamen- te envidiado por nosotros en aquellos años de Los Aromos, por su éxito entre las compa- ñeras, aunque en rigor nunca fue el típico galán conquista- dor. A su muerte recordamos su pololeo con Valentina Mo- linari, la “China”, y luego un coqueteo con la encantadora Ximena Abogabir. Nuestra convivencia con el Pedagógico, como parte de la Facultad de Filosof ía y Educación, hacía que no solo compartiéramos los verdes prados, las instalaciones deportivas y las batallas políticas, sino también las amistades. Así, Eduardo encontró su amor defi- nitivo en aquellos años en Patricia Grogg, estudiante del departa- mento de Castellano. Se casaron con Patricia aquí en Chile, y aquí nació también su pri- mer hijo, Jorge Alberto, llamado así por Silva Luvecce, que en aque- llos años permanecía encarcelado por el frustrado asalto al super- mercado Portofino, y que fue indultado por el presidente Salvador Allende hacia fines de 1970. Fue la época hermosa y convulsionada de la Unidad Popular, don- de la contingencia dejaba espacio a los sueños y a la profundización de las amistades. En más de una ocasión compartimos asados con el grupo que venía de la Escuela, al cual se había sumado Hernán Barahona, un maestro de las preparaciones en la parrilla pese a que en esa época no comía carne. Para entonces, el talento profesional y la vocación latinoamericana de Eduardo Marín habían encontrado una nueva casa de acogida en la agencia Prensa Latina. Fue enviado a abrir la oficina en Quito y trabajó asimismo en La Habana, hasta que en 1974 regresó a Bogotá. Posteriormente se separó de Patricia y años después contrajo ma- trimonio con Yolanda Pineda, colombiana, con quien tuvo dos hi- jos: Alejandra e Iván. Patricia Grogg permaneció en Cuba donde se convirtió en una gran periodista, que hizo corresponsalías para El Mercurio y TVN, y que por esas paradojas de la vida se alistó en Inter Press Service –la misma agencia donde Eduardo comenzó su trayecto internacional– para la cual trabaja todavía desde La Ha- bana. La muerte de nuestro compañero inundó de buenos recuerdos a quienes compartimos con él esos años de estudios entre 1966 y 1969, y que hoy nos hacemos llamar la Generación Planetaria. “Nos unió una gran hermandad, compañerismo, trabajamos jun- tos como corresponsales en Bogotá, fue quien me envió el pasaje para salir de Chile, aprendí mucho de su oficio”, cuenta Gabrielli, dando testimonio de su solidaridad luego del golpe de Estado de 1973 en Chile. Así era Eduardo Marín Gaviria, un colombiano que dejó en Chile su impronta latinoamericana. Un compañero en todo el sentido de la palabra. El joven embajador del realismo mágico.

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