Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 215 literario alimentó nuestras fantasías con un relator de primer or- den, llegado desde El Quindío. Un buen “grupete” Tal vez fue en “El Heraldo del Quindío” donde hizo sus primeras armas periodísticas. Al menos es lo que recordamos de los artí- culos que nos mostraba con su firma allá en la Escuela de la calle Los Aromos. Y es que él traía prendido el bicho del periodismo, que lo hizo abandonar estudios de Medicina en Bogotá y recalar finalmente en Santiago tras una temporada de estudios en Buenos Aires, como recuerda su hermano Jairo en la nota que reproduci- mos aquí. En aquellos años en que campeaban las dictaduras militares (go- biernos gorilas los llamábamos) en muchas partes de América del Sur, Chile era una plaza acogedora de estudiantes venidos de países hermanos. En nuestro curso de Periodismo tuvimos al venezolano Miguel Mata, al panameño Rolando Gittens, un boliviano de ape- llido Arévalo cuyo nombre se me extravió y al colombiano Marín Gaviria. Podríamos decir que formamos un buen “grupete” en torno a nues- tro compañero del Quindío, con Guillermo Torres, Enrique Ca- nelo, Rolando Gabrielli, Jorge Silva Luvecce y yo. Con Guillermo, Rolando y Jorge vivieron un tiempo en la misma pensión de la calle Máximo Jeria, muy cerca de la Escuela. Así, nuestras excursiones bohemias, que podían comenzar en el céntrico Il Bosco o en el enclave ñuñoino más cercano de Las Lan- zas, finalizabanmuchas veces en la acogedora cocina del casino (co- medor) de nuestro plantel, en interminables charlas de amanecida con el “Viejo” Alfredo García, mayordomo y concesionario del local. Eran años en que teníamos todo el ímpetu de una juventud que al- ternaba los estudios con una militante pasión política, los deportes y las parrandas. E irse de parranda con EduardoMarín era también un aprendizaje, por lo cautivante de su conversación y también por verlo bailar, con un aire adusto y casi científico, mezclado con la cadencia mágica de un ritmo tropical con sabor a cumbia. Eduardo fue un buen hijo adoptivo de Chile y jamás dejó de ser colombiano y latinoamericano. Debe haber sido hacia fines de la década de los 90 que lo visité en Bogotá y rememoraba con au- téntica nostalgia marítima, gastronómica y querendona sus viajes a Cartagena (no la de Indias, sino la del litoral central de nuestro país), donde José Miguel Zambrano, eximio buceador, lo agasajaba con los mariscos que él mismo recogía en el fondo del mar. “El mejor español” Dicen que es en Colombia donde se habla y escribe mejor nuestro idioma. Y Eduardo dio prueba de ello. Rolando Gabrielli lo calificó de alumnos sobresaliente, avalado por las palabras de nuestro re- cordado director Mario Planet, quien al dar cuenta de la revisión de trabajos en su curso de Periodismo Interpretativo, dijo “el mejor español que he leído en los últimos 25 años”, refiriéndose a la tarea entregada por Marín. La agencia Inter Press Service, fundada en 1964 y que tuvo su pri- mera oficina regional para América Latina en Santiago, lo contrató como redactor. Con su generosidad habitual, Eduardo le consiguió Con su hijo Jorge Alberto en Quito.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=