Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

Para que nadie quede atrás 213 izquierda, buen orador, que llegó a ser presidente del Centro de Alumnos, y mucho más tarde, miembro de la Dirección Nacional del MIR. Ambos entraron a trabajar a canal 9 de la Universidad de Chile, que estaba en el mismo edificio céntrico donde yo di mis primeros pasos profesionales. Y allí nos volvimos a encontrar, tomando café en el histórico “Richi”, que seguramente le sonará a los asiduos del Santiago centro de los 60. Su ruptura con Augusto la alejó de la Escuela y de nuestro grupete. Sé que fue muy duro para ella. Tenían una hija, Alejandra, y ese fue el gran legado vivo de un amor inmenso. Pasado un tiempo, la Ximena retornó a la lucha. Y allí pasamos a ser vecinas. Descubrí que vivía cerca con su nueva pareja, Julio Fuentes, camarógrafo de Canal 9 TV y pronto pasamos a compartir la micro al centro –la”Estadio Italiano-Bernal del Mercado”– o el taxi cuando salíamos atrasadas, ella siempre con su Julio del brazo. Y así transcurrieron los turbulentos y gloriosos años de la Unidad Popular. Después del golpe, ese curso de 1969 vivió una verdadera diáspora. La gente se dispersó a Argentina, Venezuela, Nicaragua, Francia, Italia, España, la RDA, Alemania Federal, Australia, Reino Unido y a otros lugares. Algunos murieron lejos de la patria, otros aún viven en el exterior. Pocos volvimos. Ximena y Julio partieron a la República Democrática Alemana; yo, a Francia, luego a Brasil y retorné a Chile a mediados de los 80. En una visita a Chile de la compañera Amanda Puz, a mi juicio la mejor periodista de nuestra generación, armamos en mi casa una fiesta con alguna gente de nuestra época. Y llegaron Ximena y Ju- lio, de paso por Santiago, ya que aún vivían en Berlín. Según me contó Ximena, fue esa fiesta y el ver que aún había amistades, la que les hizo tomar la decisión de retornar definitivamente a Chile. Su vuelta acompañada de su familia –Alejandra Carmona Canno- bbio y sus niñas, su hijo alemán– me hizo reflexionar más a fondo sobre la fortaleza y el valor de la Ximena. Augusto murió de una manera muy dolorosa, emboscado por las fuerzas de la represión. Él, como alto dirigente político y víctima de la dictadura, ha sido recordado, honrado y homenajeado muy bien en un bello documental reali- zado por su hija cineasta, Alejandra. Pero detrás de la tragedia hubo una madre valerosa, acogedora y sabia, que supo mantener la vida fluyendo y la cotidianeidad fun- cionando. La Historia está plagada de grandes hombres, siempre hombres, protagonizando grandes hechos. Yo siempre me he pre- guntado qué pasó con sus hijos o hijas, cómo sería la vida de la familia que dejaron. La Ximena Cannobbio que re-conocí a su regreso a Chile, era una mujer fuerte, entretenida, muy inteligente, de fuertes convicciones, medio mística (o esotérica, si así lo quieren llamar), amplia de ideas y siempre preocupada de su clan y queriendo mucho a Julio. También era una persona con problemas de salud. Cuando decidió trasladarse a la costa para evitar el aire contaminado de Santiago, nos comunicábamos muy frecuentemente por WhatsApp. Pero una semana cualquiera, se me perdió. La llamé por teléfono y me tranquilizó: estaba todo bien. Y me mandó una foto terrible, la vi flaca, ojerosa, pálida. Días después, mi Ximena de los Recuerdos falleció. Esa Ximena es la versión recargada de las mujeres/madres chile- nas, castigadas por las impiedades de la dictadura y fortalecidas por la Historia, que tuvieron que partir con sus hijos e hijas al exilio, a países desconocidos de los que no se sabían idio- ma ni costumbres, donde nada se tenía excepto la esperanza de la solidaridad local. O las que se quedaron en Chile, sin marido, sin casa, sin trabajo, sin recursos, con miedo permanente, que fueron capaces de criar a los suyos y de tender la mano a las demás.

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