Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

Para que nadie quede atrás 211 trataban con especial deferencia y cariño a los chilenos. Volvieron a Chile con sus hijos en 1979 y encontraron un país silencioso, so- metido al toque de queda, el estado de sitio y la dictadura con su secuela de crímenes y violaciones a los derechos humanos. Enton- ces, en 1985, emigraron por segunda vez a la RDA. “Regresamos a la RDA porque era lo que conocíamos, donde ha- bíamos dejado amigos y era una parte de nuestra vida”, dice Xime- na, en el documental que dirigió su hija. En 1989 cae el Muro de Berlín, también cae la dictadura en Chile y doce años después, en los comienzos del nuevo milenio, Ximena, Julio y sus hijos retor- nan a Santiago, esta vez en forma definitiva y siempre juntos. Juntos, porque también unidos realizaban ellos su trabajo en la tele- visión, primero en el antiguo Canal 9 y más tarde en la Teletón: ella escribía las historias y él aportaba las imágenes que aparecerían en la pantalla. En las reuniones sociales o encuentros con amigos tam- bién eran inseparables, intercambiando miradas de complicidad. “Eran invencibles en los juegos de cartas o en el cacho, lo que nos hacía rabiar, porque hasta para eso se complementaban... Además, los dos eran artesanos: Ximena, bordaba, tejía, cosía, y Julio tapi- zaba y era muy buen sastre”, evoca Angélica Beas. Por eso, en la galería nostálgica de sus recuerdos, “Ximena y Julio siempre andu- vieron juntos por la vida y así lo entendió la muerte, que respetó esta unión y se los llevó… juntos”. Años 60. De pie, Roberto Friedman y Cecilia Boisier. Segunda fila, Samuel Carvajal, Ximena Cannobbio, Augusto Carmona y Lidia Sepúlveda. Abajo: Antonio Skarmeta y el músico Jaime Escobedo.

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