Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
204 “Desde entonces jamás pongo una coma sin pensar en sus ense- ñanzas. ¿Vale la pena esta frase intercalada?” (Francisca de la Vega). “Superbuen profesor. Una vez en su oficina me dijo: «Irene, a veces escribes como los dioses y otras veces pésimo. Por favor trata de controlar ese problema». Viejo sabio, hasta hoy recuerdo y me re- suena el consejo” (Irene Padilla). “Me pareció un gran profesor de redacción, para nada arrogante ni arbitrario, sino creativo, abierto y empático. Recuerdo que una vez hizo una dinámica muy interesante: nos pidió que imagináramos a un compañero de sala como un animal y después contáramos por qué lo veíamos así. Era casi un ejercicio de psicología de grupos, pero que servía a la vez para captar rasgos de personalidad de una manera fina, no convencional” (Pedro Pablo Guerrero). Nada raro para quien es recordado sin ninguna duda como uno de los profesores más exigentes y temidos de la Escuela. Y sin embar- go los comentarios que más abundan son estos: “Mis recuerdos son todos maravillosos. Un profesor exigente que sa- caba lo mejor de cada uno. Que enseñaba no sólo su disciplina sino también valores e inculcaba autoexigencia. Mi generación 78 tuvo el honor de compartir con el hasta sus últimos días. Y conocimos como un amigo, un hombre generoso y solidario” (MyriamOrellana). “Sólo puedo agregar que el profeMuñoz está entre los mentores de la universidad quemarcaronmi ruta como profesional. Sólo tengo agra- decimientos hacia él, porque si bien reprobé y tuve que volver a hacer el curso, la verdad es que no pudo ser de otra forma, porque aprendí mucho más que sólo la buena redacción” (Eduardo Díaz Cataldo). “Fui su alumna, su ayudante en redacción y él, mi profe guía. Com- partimos el sentido del humor y el afán por el castellano y su sen- tido, por el deber del periodista con la búsqueda de la verdad y la obligación de exigirse saber lo más profundo de los hechos. Su hu- manidad era una manera de ser. Se enojaba con la superficialidad y el argumento ordinario” (Gertrudis Von Hetler). Trato, pero no puedo poner en palabras mi experiencia con Raúl Muñoz. Fue demasiado sanadora, salvadora, de aprendizaje, de mentoría, de cariño. Me gusta pensarlo en su campo, cuidando sus árboles y su huerta y soñando otros mundos. Como señala Rebecca Solnit en Las rosas de Orwell , ese ensayo maravilloso que abarca, entre otras cosas, la relación del escritor con sus jardines, “un jardín es siempre un lugar de devenir, crear uno y ocuparse de él constituye un gesto de esperanza: de esperan- za en que las semillas plantadas brotarán y crecerán, el árbol dará fruto, la primavera llegará y, con ella, probablemente algún tipo de cosecha. Es una actividad que implica un profundo compromiso con el futuro”. Todos sus estudiantes somos de alguna manera resultado de esa promesa con el futuro, de su fe en que la formación nos permitiría, cuando menos, expresarnos e informar con dignidad, pero sobre todo ser mejores personas en un mundo en que le sorprendía la mezquindad y el trabajo mal hecho, pero más que cualquier cosa la falta de humanidad. Un café en una pausa académica en la Escuela de Periodismo.
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