Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 197 Luego del almuerzo decidimos subir hacia el campo y los cerros, hoy convertidos en un barrio bastante alto. Recorrimos quebra- das y el riachuelo que desde tiempos antiguos llaman De Ramón y nunca paramos de conversar. Ya en la noche, cuando nos despedi- mos, le dije a mi madre: “Tengo un amigo nuevo. Fabrica y colecciona soldaditos de plomo”. Esa amistad, estuviéramos donde estuviéramos duró prácticamen- te medio siglo, hasta que el corazón se llevara de repente a Toño, en la puerta de su casa. En La Reina. Gracias. Hasta acá lo personal. Popular, respetado y querido Para quienes recién ingresamos a la Escuela de Periodismo en la calle Los Aromos y después también, como alumno de cursos su- periores Toño Márquez siempre fue extremadamente popular, res- petado. Y querido. Era, sobre todo, entretenido y brillantemente culto. Para sólo citar un ejemplo, verlo describir alguna batalla de la Guerra del Pacífico, constituía un real deleite. Obvio. Tenía to- dos los destacamentos militares, en correcta formación, en una sa- lita especial del departamento de calle Antonio Varas. Eso impre- sionaba mucho. En la escuela, preferentemente al final de la galería que nosotros, niños haciéndonos los grandes llamábamos Casino, lo veíamos llegar con su guitarra, derrochando simpatía y un talento especial para desarrollar un listado casi sin fin de sus variadísimas capaci- dades artísticas. Sobre todo, se hacía de grandes amistades y singu- lar cariño. Para eso también tenía talento, un singular modo de ser con espontánea simpatía. Se supo pronto, en los primeros meses de nuestra llegada a la es- cuela (ello por la imposibilidad del anonimato y menos aún en un lugar donde todos íbamos a ser periodistas), que Toño se había convertido en uno de los secretos gestores de “El Loro Hocicón”, diario mural esperado con creciente expectación cada semana. Participaban también en su edición manual y de pegoteo Samuel Urzúa y Félix Castro. Formaron un afiatado equi- po, al cual se sumó posterior- mente, en 1966, el mechón Enrique Canelo. En aquellos años de guitarreo y canto hacíamos ruedos en el hall de la Escuela para es- cuchar a Toño y Samy en sus interpretaciones de “Ya no canto tu nombre” y “Dos ve- ces te vi mujer”, además de los aires folclóricos robados a la Peña de los Parra: el “Polo marga- riteño”, las “Coplas por diversión” y tantas otras canciones. Pocas veces lo vimos enfadado a Toño, aunque los debates y en- frentamientos políticos se fueron poniendo duros y frecuentes en aquellos años. Hubo un episodio de “esgrima comunicacional” en los diarios murales cuando el compañero de curso Raúl Morales se sintió ofendido porque “El Loro Hocicón” lo llamaba camaleón y publicó en otro diario mural una diatriba contra Toño y sus com- pañeros. “Respuesta a un Camaleón” fue el texto de réplica, tal vez el único en serio de ese popular e inolvidable diario mural. En 1967 Toño fue ungido candidato de la Democracia Cristiana en la elección de Centro de Alumnos. Fue derrotado por Edmundo Villarroel, abanderado del MUI. Después lo vimos como ayudan- te del eximio profesor Manuel Eduardo Hübner en su cátedra de Relaciones Internacionales, a la cual asistían también alumnos de otros cursos, por la calidad del maestro. Y, posiblemente, por la del Ayudante. Encabezando el desfile de bomberos.
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