Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

192 una columna de quien era su jefe. “Le envié un correo, nunca nos conocimos en persona y respondió: hija de tigre, mándame la foto de tu jefe y su texto. A los minutos estaba publicada la columna”. Manola nunca perdía el tiempo. Con cero ego, solo servía a su audiencia. Sobresalió en todas las áreas del reporteo, desde el po- licial, el primero donde comenzó a desplegar su talento y olfato periodístico, hasta salud y economía, política, entre tantos otros. Su colega Erasmo López rememora que “trabajar con ella era vivir el nerviosismo y la excitación del reporteo del minuto a minuto. Nada parecía escapar a sus vivaces ojos y a esa infatigable movili- dad que la caracterizaban”. López, quien al enterarse de su muerte escribió una semblanza llamándola heroína admirable, hace memoria: “Cuando llegué a trabajar en la sala de prensa de Investigaciones, era una reportera avezada que superaba en inquietud y curiosidad a varios viejos re- porteros de la Pesca, que sabían que Manola estaba siempre mejor informada y dateada que el resto. El día que la dirección de El Siglo me destinó a reportear en la Pesca recibí una escueta instrucción: «Tienes que seguir a Manola». No me dijeron que me contactara con los que dirigían a la policía civil, Eduardo Coco Paredes o con Carlos Toro, director y subdirector de Investigaciones, respectiva- mente. Era mejor seguir y aprender, junto a Manola. Lo que sé del reporteo policial se debe a las clases en vivo de Manola. Visitar y aprender a «leer» sitios del suceso; indagar más allá de los comuni- cados oficiales; vincularse adecuadamente con el detective preciso; nunca preguntar sin antes tener datos básicos indesmentibles; va- lorar los testigos; no descartar hipótesis, en fin, fueron enseñanzas indelebles que recibí de ella en el día a día en ese tiempo”. Un fuego inextinguible Para aprender de Manola Robles había que tener el vértigo que ella sentía por el reporteo. Como otros colegas, también conocí esa inquietante manera de buscar la noticia y de la cual aprendí veloci- dad y síntesis. El contar con fuentes fidedignas y amables, que nos ayudaban al mismo tiempo a estar en un sitio y en otro. Ese estilo tan propio lo fui adquiriendo en radio Cooperativa junto a ella, que escribía con una celeridad inalcanzable en su vieja máquina Re- mington, la cual rugía en la estrecha sala de prensa de la emisora. Caían el crespúsculo y la noche y ese fuego por averiguarlo todo no se extinguía. Solamente cuando llegaban a buscarla su esposo Carlos y sus hijos Paquita y Curro , hacía un alto, tomaba sus perte- nencias, nos lanzaba una sonrisa y partía rumbo a su vida personal. Esa vida personal que pocos conocíamos. Me preguntaba ¿cómo se arranca ese ardor del cuerpo y alma por los hechos tormentosos que seguían su rumbo incesante? Un día me comentó algo impre- sionante. “Para alejarme a otros mundos, muy ajenos, me gusta leer novelas rosas, me calman”. Aquí, voy a permitirme contarles una historia, que nos relata la periodista Ana Laura Cataldo, con la cual fueron compañeras no solo de curso en la Universidad sino además en Cooperativa. Dice Ana Laura: “Un día, estando en la radio a la hora del despacho de las noticias del diario de Cooperativa, salí de mi puesto y me fui al baño porque tenía muchas ganas de llorar y no podía demostrar debilidad frente a mis colegas. A veces flaqueá- bamos a escondidas, como todo ser humano bajo presión. Lloraba, entre otras cosas porque la situación económica no era buena, por los peligros que nos acechaban; por los llamados telefónicos anóni- mos y amenazadores a nuestros hogares, nunca se sabía cuándo las amenazas podrían ser realidad. Me encontré con Manola. Captó mi angustia, me miró, nos abrazamos, le comenté que hace mucho no lograba dormir y me dijo: «Escucha, es el mejor sedante que encontré. Mañana te lo traigo, pero me juras que no se lo cuentas Ojos grandes, amables, curiosos y siempre vigilantes.

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