Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

184 aulas de nuestra Escuela de Periodismo de- cidieron dedicar sus vidas a la construcción de un paraíso en la tierra sin importar el costo personal. Los primeros recuerdos de María Clara nos traen a la memoria una “lolita” rubia, con cara de niña buena y muy delgada, tanto que a nadie le llamó la atención que todos en la añorada sede de calle Los Aromos la apodaran “La Flaca”, de manera espontánea, a comienzos de 1969, cuando aterrizó en la escuela como mechona pero no una uni- versitaria novata, pues el año anterior había cursado Economía. María Clara no pasaba inadvertida. En la Scuola Italiana, donde cursó la enseñanza primaria y secundaria (en ese tiempo no se decía básica o media), se había destacado como deportista en na- tación y voleibol. La Flaca nunca tuvo claro qué la llevó a cambiarse a Periodismo. Años después admitió: “No sé por qué. Es ilógico, no me gustaba es- cribir”. Pero al cabo fue un paso determinante en su vida: “Pienso que fue una decisión tomada por el destino, para poder conocer al amor de mi vida y padre de mis hijos”, concluyó. “¿Te has fijado en esa mechona flaquita?”, preguntó alguna vez en ese tiempo Ricardo Rementería. La atracción fue mutua entreMaría Clara y el principal dirigente del MIR en la Escuela, un agitador inna- to y activista convencido y convincente, que luchaba por fortalecer a la entonces naciente organización, que pretendía hacer la revolución con los pobres del campo y la ciudad y, alguna vez, tomarse el cielo por asalto. La vocación política contribuyó a unirlos. En ese tiempo los máxi- mos dirigentes delMIR estaban clandestinos yMaríaClara, recuerda Ricardo, participó en la red de comunicaciones de los líderes, y pos- teriormente en los campamentos de pobladores 26 de julio y Fidel Castro, junto al Movimiento de Pobladores Revolucionarios (MPR). La niña que jugaba en ese edificio frente al Parque Forestal, habitado casi o exclusiva- mente por familias italianas, como comentó una vez nuestro compañero Giacomo Ma- rasso, que fue su vecino, había elegido su destino, imbuida por la necesidad de cam- bios radicales en la sociedad, al igual que muchos de nuestra generación. La relación de María Clara y Ricardo, que llegó a ser presidente del Centro de Alum- nos de nuestra escuela, fue inquieta y feliz. Tuvimos la suerte de ser testigos del mo- mento en que se juraron amor eterno, en una mesa del restaurante Los Cisnes. En marzo de 1971 se casaron y al poco tiem- po se marcharon de Santiago, a Colchagua, para “luchar y construir poder popular”, como decía una de las consignas del MIR. La decisión la tomaron un año antes, en el verano de 1970. “Dis- cutimos muchísimo y muy seriamente sobre la crisis económica, social y política que vivía el país, sobre la crisis de la burguesía, el auge del movimiento de masas, sobre nuestro propio futuro y rol en ese contexto”, recuerda Ricardo. “Llegamos a la conclusión de que un futuro académico (trabajando en la Universidad) o como periodistas no eran para nosotros. Que el proceso que vivía el país llevaría más temprano o más tarde a un enfrentamiento entre la burguesía y los pobres del campo y la ciudad y que la experiencia de otros países nos indicaba que para ese enfrentamiento el factor esencial era la presencia, la fuerza y la capacidad de un partido que en Chile ni existía”, evoca. Se dedicaron a las tareas políticas, María Clara en Santiago, con los pobladores, Ricardo en Colchagua, hasta que decidieron que se- ría mejor estar juntos y casarse. Obtuvieron que el padre de María Clara la autorizara legalmente (ella era menor de edad). Se casan y parten “a construir partido” en Colchagua. Boda acompañados por sus amigos del alma: Cristina Espinoza y Nel- son Sandoval.

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