Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

Para que nadie quede atrás 181 Libros Milnovecientos Relata Cristina: “Sobrevinieron 15 años de exilio en Alemania Fe- deral, trabajos en Amnistía Internacional, redacciones de revistas de resistencia en el subterráneo de nuestra casa, un libro dedicado a la desaparición forzada en homenaje a su cuñada María Cristina López Stewart, militante del MIR, estudiante y poetisa, aún desapa- recida. En ese tiempo laburó incesantemente en el Ökumenisches Studienwerk de Bochum, la ciudad del carbón y del pulso de acero, recibiendo y asistiendo estudiantes y exiliados de todo el mundo. Incansable, organizaría con Patricia sendos eventos de solidaridad y reflexión contra el fascismo junto a artistas como Patricio Manns y el grupo Amauta. “El Buchi aprendió y llegó a sentir el idioma alemán, disfrutar de la posibilidad de crear palabras, de comparar las diferencias semánti- cas con su lengua materna, pero nunca deshizo la maleta imagina- ria. Siempre supo que iba a volver «con cenizas y desgarros» al úni- co lugar posible. Y allí, en el Chile de la transición, específicamente en Irarrázaval con Macul, emprende su mayor proyecto, concreta su respuesta a una dictadura que supo quemar libros y personas: Libros Milnovecientos: librería y centro cultural cuyo sello era el color rojo”. Yo acababa de retornar de Argentina, y Luchome dio trabajo como editora de un boletín de libros de la Librería, dirigido por él. Fue un gesto de una nobleza y consecuencia enorme. También me ofreció el lugar para dar clases de yoga y/o hacer reuniones políticas… Era un reencuentro pleno con un compañero de ideales, cuestión a contra corriente en los 90. La librería fue un lugar de gran actividad cultural, y un espacio hermoso de conversación de poetas antisis- tema como José Ángel Cuevas o Mauricio Redolés. Cristina: “Pero el humanista Buchi no era un «emprendedor» bus- cador de ganancias. Tampoco sospecharía que la dictadura había logrado reprimir en parte la sed por el saber y por la verdad. La quiebra de Milnovecientos, y el reencuentro con un país amnésico en que los asesinos y torturadores caminaban libres por las calles y los aliados civiles sonreían en los noticiarios nocturnos; con un país embriagado de eficiencia economicista y autoproclamado «ja- guar de Latinoamérica», lo hicieron sentirse extranjero, como mu- chos. Es que mi papá nunca comulgó con «la justicia en la medida de lo posible» ni con los socialismos renovados”. Paty Scholz revive para Lucho su reencuentro, diez años atrás, pos- terior a la aventura de la Milnovecientos. “Yo venía llegando a mi casa del gimnasio, sin maquillaje, en buzo y con olor a aceite, y al bajarme del auto, veo a un señor que cruza la calle hacia mí, con un sobre en su mano y me llama por mi nombre. Después de un momento inicial de desconcierto, te reconocí Luchito (las mismas largas pestañas) y nos dimos un gran abrazo. Yo hubiese querido estar un poco más sexy en ese momento, pero… éramos vecinos Años 60, escuela de Periodismo: José Campos (de espaldas), Víctor Hugo Albornoz, Juan Luis Alarcón, Carlos Araya y Patricio Caldichoury.

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