Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

172 las actividades de la Universidad, el periodista-poeta Ronnie Mu- ñoz Martineaux, del sector Moneda y cerca de la ventana “el viejo Lucho” redactor político, al frente Teresita Lascano con sus rollos de papel de cables para revisar la realidad internacional. Más tarde, se incorporarían al equipo el inolvidable periodista despedido de El Mercurio por ser allendista, Sergio Gutiérrez Patri, y una joven- císima Carmen Torres. Eran tiempos de teletipos, teléfonos de red fija y cargas de papel con cinco copias: para los locutores, radiocontroladores y archivo. Una desvencijada y antigua sala de grabaciones completaba el cuadro. El antiguo periodismo, que era nuestra razón de vida, y la construc- ción de un Chile más justo, el norte de todos nuestros anhelos. Luis Henríquez, nunca dejó de ejercer su vieja profesión de maes- tro, buen corrector y siempre amable para enseñar el castellano, aunque nuestro jefe el también poeta y periodista Raúl Mellado Castro señalaba que éramos unos “cabezas dura” para aprender. Las noticias de los distintos sectores salían entre 13:00 y 14:00 horas, aparte de los boletines a la hora y, luego en la noche, a las 21:00. En medio, o al finalizar la jornada nos esperaban el Bar Torres, el Ciro´s Bar, el inolvidable Magallanes y el Club de los Telefónicos para co- mentar, comer y beber el borgoña de la amistad, el pisco sour de los días de pago, el tinto de los poetas y el blanco heladito para el calor. Nuestras conversaciones siempre eran políticas, de actualidad o de cómo corregir nuestro trabajo para hacerlo cada vez mejor, más audaces, más fieles a la realidad y aportando a la UTE, esa gran casa de estudios superiores que iba acorde con los cambios que se producían en el gobierno popular del doctor Salvador Allende Gossens. Sueños que se partieron en dos cuando sobrevino el golpe de Esta- do, de aquello hace cincuenta años. Nuestra amistad con Luis Hen- ríquez se extendió a su mujer Anita y a sus pequeños hijos Mico, el gran dibujante, y Paty su hija profesora, cuando Ho Chi Minh pasó a ser un prisionero de guerra junto a otros periodistas. Con ella y cónyuges trabajábamos por la libertad de los colegas, realizábamos esfuerzos para estar en contacto, y muchas veces via- jamos a los distintos campos de concentración para visitarlos y lle- varles aliento. Con el pasar de los años, el “viejo Lucho” u Ho Chi Minh se trans- formó para mí en el “curioso caso de Benjamin Button”. Se operó de los ojos y sus típicos anteojos “potos de botella” ya dejaron de exis- tir, se separó y se enamoró de una isleña, viajó y fue rejuvenecien- do, dejó la observación de los cielos –afición de mirar las estrellas que adquirió en el campo de concentración de Chacabuco– para fotografiar las inmensidades del mar al estilo Jacques Cousteau. Siempre juvenil, cada año nos acompañaba en la cena anual de “Los viejos que pasamos agosto”, encuentro de los primeros días de sep- tiembre. Allí, el canto, la poesía y la memoria nos devolvían la ju- ventud a los periodistas de otros tiempos. Luis Henríquez murió en el Ca- ribe buceando, lo despedimos sin jamás olvidar la trascenden- cia que tuvo en nuestras vidas. Marcha de estudiantes (años 60 a 70). Luis Henríquez en primer plano, de lentes y barba. A un costado marcha también René González. Luis Henríquez, poco antes de su fallecimiento.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=