Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 167 conversaron, se defendieron y estuvieron de acuerdo en varios puntos. Entre otros, la injusticia de la justicia. Un verdadero golpe. Durante su época en La Tercera entrevistó a homicidas, parricidas, violadores y personajes tan conocidos como el legendario Loco Pepe, a los que trató con respeto y logró sacarles su parte más hu- mana. “El delincuente es una persona y como tal lo trato” señaló en una entrevista publicada por el diario La Estrella de Valparaíso el 9 de junio de 1977. Y agregó que con muchos condenados llegó a tener una relación muy humana y no sólo de periodista-entrevistado. Silencioso y observador Víctor Hugo, como señalé anteriormente, observaba y escuchaba, pero hablaba poco. Respecto de él, nuestros compañeros de la Ge- neración Mario Planet tienen variados recuerdos. En el correo que escribió Consuelo Cheyre cuando él partió (gra- cias Consuelo) ella señala: “Recuerdo a Víctor Hugo como muy se- reno, sonriente y pensativo”. Pepe Campos se refiere a él como “un gran compañero y amigo, de quien guardo hermosos recuerdo”. Dijo: “Lo evoco como una persona muy sociable, muy recto en sus convicciones, buen con- versador y muy buen analista. Desde que ingresamos a la Escuela nos hicimos amigos y compartimos también el duro trabajo del se- minario de título. Fue un gran compañero de estudios”. José Blanco señaló. “¿Cómo olvidar al «ne- gro» Albornoz y su contagiosa alegría de vi- vir?”. Y agrega: “Recuerdo perfectamente cuando, en un ejercicio, Mauricio Carvallo tuvo que ofrecer una conferencia de prensa como aje- drecista. La novedad fue que Víctor Hugo presentó su crónica sólo con respuestas de las que había que imaginar la pregunta. Cada párrafo empezaba con un “¡Sí! o un “¡No!” Cicatrices en el alma Trabajaba en la Radio de la Universidad Técnica, donde cubría el sector Moneda, cuando el 11 de septiembre de 1973, su vida cam- bió de golpe. Dos días después de su partida ordenando sus papeles de toda la vida, entendí la profundidad de sus cicatrices del alma. En seis cari- llas escritas a máquina –papeles amarillentos de los que se usaban en los diarios- dejó el testimonio de vivencias que jamás se borra- ron. Con mucho amor y respeto reproduzco algunos párrafos: “A las 10 de la noche el «salvaje» Hugo (Araya), me dice hagamos una barricada. Yo le digo ¿qué? Si no tenemos armas… «no, para dormir», me dice. Entonces empieza con una pala chica a hacer una acequia y estaba en eso… y yo estaba muy cerca, cuando de repente…pum… empieza una balacera y le llega a Hugo. Claro, un balazo en el cuello y otro en el tórax. Lo sacamos, lo llevamos al gimnasio… todo esto ocurría como a las 12 de la noche… todo esto fue silencioso. No le dijimos a las mujeres ni a nadie. Lo subimos tres…Este cabro estuvo hasta las cinco de la mañana agonizando…” Más adelante escribe sobre su permanencia en el Estadio Chile: “Me acuerdo de Víctor Jara. Estaba detrás de mí en esa cola. Un pelado raso, milico, le dice ah… ¿así que tú eres el que canta la bala? Yo había estado con Jara en la UTE, se había comunicado con su señora. Le había dicho que estaba todo nor- mal… “…Se lo llevaron… No eran gritos, eran au- llidos. Y ahí, te digo, como es el ser humano, comunistas con carnet, incluso, los compro- metidos se golpeaban el pecho y decían yo no, no he hecho nada. Parecían evangéli- cos… Los gritos terminaron”. Con Patricio, su hijo menor.
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