Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

144 sucede con la fotograf ía periodística, donde no hay pose, o bien prolongar el tiempo de revelado cuando las imágenes estaban subexpuestas, muy débiles o muy “negras”. En la gran sala de ampliadoras la situación era diferente. Con una luz amarillo, se podían observar, una vez que la vista se acostum- braba, los elementos de la ampliadora y las cajas de papel fotosensi- ble para hacer las copias. Las clases eran también supervisadas por don Domingo, lo cual era otro lujo, puesto que él, quien aprendió las técnicas de laboratorio con Quintana, es hasta hoy considerado como el mejor laboratorista que tuvo Chile. “¿Cómo va” decía, asomándose por sobre el hombro de los alumnos, que intentábamos realizar nuestras primeras copias en papel de fibra. Más tarde, en cada momento, en cada hora libre, bajábamos al la- boratorio para seguir practicando la inmensa magia de la fotogra- f ía y del laboratorio. Algunos, incluso, tuvimos más tarde un labo- ratorio propio, enamorados del arte que don Domingo nos supo transmitir. Trayectoria Domingo Ulloa Retamal nació en Santiago el 19 de diciembre de 1925, en el seno de familia muy extensa: su padre, Tirso Ulloa Fon- seca, tuvo catorce hermanos, y su madre, Cecilia Retamal Gallegos, dieciséis. De esta unión nacieron cinco hijos. Domingo fue el se- gundo, después de Juanita. Luego vendrían Luisa, Rafael y Cecilio. Cuesta imaginar cómo, en aquella época, un joven sin anteceden- tes artísticos llegó a la fotograf ía. El propio don Domingo lo contó: “Fue algo muy casual. Estaba en el Liceo Valentín Letelier, en ter- cer año de humanidades, y entre mis compañeros figuraba Sergio González (que luego sería arquitecto), quien tenía un padre muy aficionado a la fotograf ía (el senador radical Exequiel González Madariaga). Vivían en la calle Loreto”. “Sergio llevaba cámaras fotográficas y tomaba fotograf ías a los equipos de básquetbol, de fútbol y de gimnasia. En esos años se hacían revistas en todos los liceos. Yo fui uno de los que inaugura- ron el Estadio Nacional, en diciembre de 1938, representando a mi liceo como gimnasta. Sergio tomaba las fotograf ías y me invitó a ver cómo se hacía el proceso. Hasta tenía laboratorio en casa. En- tonces me metí en ese mundo y descubrí el milagro más bonito que podría imaginarse. Procesábamos los rollos, los secábamos con al- cohol (para tener los negativos cuanto antes), y nos poníamos a co- piar en papeles, lo que requería de un largo tiempo de exposición”. “Con Sergio nos aficionamos a la fotograf ía. Después, yo entregaba las copias. Era la primera vez que tomaba una cámara, camaritas pequeñas, tipo Leica, de 35 milímetros. El padre, González Mada- riaga, traía los equipos desde fuera del país”. “Al terminar el sexto año de humanidades González se fue a Ar- quitectura y yo a la Escuela de Artes, donde se enseñaba fotograf ía y cine, litograf ía y grabado, linotipia, trabajos de gráfica y encua- dernación. Allí se preparaba a los técnicos para Chile Films, que en esos años se estaba formando. Eran alumnos inscritos para los cursos de Fulvio Testi”. “Esto ocurrió el año 1941. Me enteré por la prensa que se podía concursar, y en el mes de enero fui a inscribirme. Di exámenes y ya en marzo estaban los resultados en la prensa. Sólo tenía que ma- tricularme. La escuela estaba en la calle Compañía 2951, cerca de Quinta Normal. Había internado, porque muchos alumnos venían de provincias, y se formaron dos grupos: uno de la parte técnica y Domingo Ulloa, gran laboratorista y artista del lente.

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