Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
128 paban gran parte, si no todo su tiempo. Se emocionaba cuando contaba que su facul- tad humanista le había ganado al gigante de Ingeniería, que tenía cientos de peloteros, en la final de un campeonato universitario. Un triunfo que calificaba como histórico e irrepetible. Cómo reía hasta que le saltaban lágrimas cuando conversaba de la vez que fueron a ju- gar con alumnos de la Escuela de Carabine- ros. Debe haber sido el año 71 o 72. Relataba que cuando llegó la hora del compromiso y ya estaban en camarines, se dieron cuenta que faltaba el bolso con el equipo de los jugadores. “No alcanzábamos a buscar otra ropa. Decidimos salir a jugar igual”, me relató ciento un veces, siempre con su misma carcajada larga, Y así fue. Jugaron ante los compuestos “pacos”, unos aspirantes a oficiales que exhibían tenidas impecables y zapatos lustrados, vis- tiendo solo camisas y…calzoncillos. No me acuerdo del resultado, pero sí de la consecuencia: al día si- guiente, Carabineros mandó un reclamo escrito a Mario Planet, di- rector de la Escuela, quien los llamó a su oficina. Luego de retarlos por el desatino, les compró uniformes a todos. El gran golpe del “Cóndor” Rojas De las pichangas universitarias, Orlando pasó al periodismo depor- tivo y el fútbol no solo ocupó su tiempo libre, sino también sus horas de trabajo. Sabía tanto de tácticas, estrategias y de todo el en- tramado de este deporte que a veces parecía un oráculo, aunque su mérito era la buena valoración que hacía de las variables sico- lógicas, humanas y tantas otras internas y externas que influyen en un resultado. Hizo una ascendente carrera en el área deportiva, ya que partió como reportero y terminó como editor. Entremedio re- porteó tres mundiales y se anotó decenas de golpes periodísticos, el más bullado de los cuales fue la entrevista a Roberto Rojas tras el escándalo del Maracaná del 3 de septiembre de 1989, que hasta hoy figura en compilaciones de buenas entrevistas. Yo admiraba su capacidad para trabajar bajo presión. No se inmutaba si en minutos tenía que hacer de nuevo un diario porque había ocurrido, por ejemplo, una tragedia que obli- gaba a cambiarlo todo. Era tremendamente organizado y exigente y aunque sus colegas reclamaban que “era el único negro que tenía esclavos blancos”, sabían que a la hora de tra- bajar era el primero de la fila. Si bien su ética del trabajo lo alejaba del re- porterodeportivo “termocéfalo”, adjetivoque él usaba para referirse a sus colegas que no se sacaban nunca la camiseta, cuando se alejó del área de deportes, dio rienda suelta a su sentimiento azul. Como olvidar las tardes que pasamos en la galería sur del Nacional, puerta 12; la emocionante campaña que trajo de vuelta a nuestro equipo a la Primera División en 1987 o el primer campeonato azul luego de 25 años de sequía. Hoy, mientras escucho una grabación del 2011 donde anticipó que la U daría vuelta el 0-2 con la Católica y alcanzaría su estrella núme- ro 14, no puedo sustraerme de la euforia que lo embargó esa noche. Era el mes de junio y por entonces ya había ganado la pelea a un primer tumor cerebral. Esa noche sintió que el no rendirse era una característica tanto suya como de la U. Dar la lucha hasta el final “No darse nunca por vencido es una enseñanza que yo he apren- dido entre otras cosas de la U, equipo que vengo siguiendo desde hace 57 años… Una vez tuve que esperar 25 años para ser campeón y no me importó. Este triunfo es para los verdaderos hinchas, para aquellos que lo son a concho y que entendemos que uno tiene que dar su lucha hasta el final”, se escucha emocionado. Finalmente, pocos meses después, un segundo tumor irrumpió en su cerebro y lo destruyó lentamente. Pero no se dio por vencido y dio la pelea hasta el final. Como lo hizo toda su vida. Orlando nació el 19 de enero de 1954 en Ñuñoa, Santiago, y falleció el 20 de noviembre de 2012. Años de Escuela. Formación estelar de los “pelusas” de Pe- riodismo. Orlando Escárate al extremo derecho, de pie. (© Fernando Velo)
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