Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 127 Orlando Escárate Valdés UN CORAZÓN AZUL Por Patricia Andrade Tocar el himno de la Universidad de Chile en su funeral, cubrir su ataúd con la bandera del club y lanzar sus cenizas en el estadio de la U, fueron tres peticiones que me hizo mi esposo Orlando. Espero cumplir la tercera… alguna vez. A Orlando lo conocí cuando trabajábamos en La Tercera. Yo era una recién llegada a la sección Crónica y él trabajaba en Deportes, como subjefe. De allí en adelante fuimos una sociedad en un sen- tido amplio. Conformamos durante casi 25 años una familia, tuvi- mos tres hijos, nos amamos, reconfortamos y apoyamos. Compar- timos profesión, tiempo, dinero y sobre todo los mismos valores, que fueron la base de nuestro proyecto en común. Orlando se sentía orgulloso de ser egresado de la Universidad de Chile. Lo llenaba de satisfacción y lo expresaba sin esfuerzo, por- que no solo fue el lugar donde se formó académicamente, sino también el espacio f ísico y humano donde pasó de ser un ingenuo adolescente, que con 16 años ingresó a primer año de Periodismo, a convertirse en un hombre, en un profesional con ese sello carac- terístico que tenemos todos quienes pasamos por sus aulas. “¿A qué otra universidad iba a ir?”, me dijo alguna vez. La U era la única opción para un hijo de mamá separada, vecino de Ñuñoa, egresado del Liceo 7, ateo, y que salía de madrugada a pintar con- signas. Orlando tenía en alta estima la Escuela de Periodismo ¡Cuántas ve- ces lo escuché decir!: “Este cabro es bueno porque viene de la Chi- le”. ¡Cuántas veces recomendó contratar a egresados porque decía que la pluralidad, capacidad de análisis, tolerancia, esfuerzo y una formación amplia no se compran en cualquier parte! La U en su corazón, la Escuela en su alma La U estuvo en su corazón y la Escuela en su alma. Cómo gozaba contando las anécdotas de las clases, las historias de sus variopin- tos compañeros de curso porque por los efectos del golpe de Esta- do de 1973 y su necesidad de trabajar, se demoró muchos años en obtener el título. “Lo único que podíamos hacer era jugar a la pelota”. Y eso hizo en la década del setenta, cuando las pichangas y los campeonatos ocu- Orlando Escárate: Ñuñoíno, egresado del Liceo 7, ateo e hincha de la U.
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