Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

126 cuando se sumaba a la dupla Hevia-Camiroaga, que se habían que- dado huérfanos de señora, pues Karen había partido a su pre natal. Supo reinventar por años, el programa que amó con locura, en el que vio crecer, desarrollarse y volar a decenas de compañeros, periodistas que lo llamaban Tata, no por costumbre, sino porque efectivamente sentían que este caballero de cabello blanco, cara pi- cada por el acné y palabras profundas sabía encantar y convencer a quien se le pusiera por delante. El fatídico 2 de septiembre Lo vi llorar muy pocas veces, porque Juan Carlos era un hom- bre pragmático. Sin embargo, cuando ocurrió la tragedia de Juan Fernández, el 2 de septiembre de 2011, algo en el Tata se quebró. Cinco amigos, compañeros, casi hijos, habían partido de manera inexplicable en un viaje que nunca debió hacerse. Mientras todos llorábamos, el Tata nos consolaba, aunque también al final se do- bló… Felipe había sido como un hijo, su hijo mayor, un hombrón de cuarenta y tantos años, que solo al Tata hacía caso cuando lo llamaban al orden. Después de la partida de los cinco, nada volvió a ser igual. Más allá de la magia perdida, algo se fue haciendo cuesta arriba para el Tata. Finalmente fue su salud la que dijo basta, sus pulmones, expuestos a casi dos cajetillas diarias de cigarrillos en su juventud terminaron por pasarle la cuenta. Falleció a los 70 años el 12 de mayo de 2015. No estuve allí cuando comenzó a costarle respirar ni tampoco cuando empezó a usar oxígeno para ir al trabajo. No estuve cuando decidió operarse, pero siempre me las ingeniaba para estar al tanto de los detalles, de su valentía, de las ganas de volver a comer lo que le gustaba, de salir de viaje con la Negra, por eso se trasplantó en busca de un alargue que le permitiera seguir gozando. Sé que en febrero seguía pensando que podría volver a trabajar. Sé que unos días antes de caer definitivamente doblegado por su enfermedad, el Tata pensaba en ideas para reposicionar su amado matinal… nunca, nunca dejó de pensar en el trabajo, pero no por eso dejó de gozar de la vida: las mejores picadas, los mejores viajes, Juan Car- los los disfrutó en la plenitud de su vida, siempre junto a su mujer, pues la niñitas ya estaban grandes y ahora después de una vida de sacrificios les tocaba a ellos. Voy a echar de menos sus besos y abrazos, voy a echar de menos sus consejos, casi todos certeros. Voy echar de menos cuando me decía “¿Guachi me arreglas esta cosita?”. Es que Juan Carlos sabía muchas, muchas cosas, pero la computadora e internet nunca fue- ron sus grandes amigos. Era a la antigua, anotaba todo en un cua- derno, con su letra grande en lápiz azul como de médico, solo así se sentía seguro y dominando el panorama de las cosas. Adiós Tata, seguro como dijo tu hija Marcela en tu despedida te encontraste allá arriba con un equipo completo para hacer un ma- tinal. Pero estoy segura que antes de empezar, organizarás una fiesta…donde de vez en cuando se escucharán las palabras sexo, sexo, tus preferidas cuando querías demostrar que estabas gozan- do de la vida. El Tata, en el extremo derecho de la foto junto a Raquel Argandoña, con el equipo de Buenos días a todos.

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