Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

Para que nadie quede atrás 107 María Celina Arosteguy Fernández (Mao) TRASCENDENTE, LUCIDA Y GENEROSA Por María Eugenia Borel Acompañé a un buen amigo al cementerio. En el camino nos detuvimos en la Pérgola de Las Flores, preguntó cuántas rosas rojas había en un enorme balde metálico. Bien rojas, brillantes, frescas y perfumadas. –Solo he vendido tres, deben quedar 97– le respondió la señora. –Me las llevo todas, incluido el balde– afirmó, sin siquiera pregun- tar el precio. Era mediodía, esa primavera santiaguina había sido extremada- mente calurosa. El césped sobre la tumba de María Celina, cono- cida por todos como Mao, estaba húmedo, no había flores, solo una lápida con su nombre que indicaba el día de su funeral: 4 de febrero de 1996. Un inesperado y fulminante accidente cerebro vascular le había quitado la vida a los 46 años, ocho meses antes. En silencio, fue colocando, una tras otra, una al lado de otra, pega- ditas, las hermosas flores sobre el pasto. Mientras la tumba se convertía en una perfumada alfombra roja llena de vida, imágenes de la Mao se agolpaban en mis recuerdos, tan nítidas que hasta pensé que su muerte era solo idea mía, que estaba en mi imaginario. Estuvimos allí un par de horas, casi en silencio, solo algunos quelte- hues y otros visitantes al cementerio distraían nuestros recuerdos. ¿Por qué habrá siempre tantos queltehues en los camposantos? La Mao vivió y disfrutó intensamente sus amores, era bien arries- gada, muy cómplice, pero así como entregaba locamente su cora- zón, con idéntico entusiasmo se desencantaba. El golpe de estado del 11 de septiembre del 1973, la sorprendió tra- bajando como reportera en el canal Trece de TV, mientras yo ha- cia mi práctica, en un programa dirigido por Gonzalo Bertrán en Televisión Nacional. Esa terrible noche, ella tuvo la buena idea de quedarse a dormir en casa de su hermana Pilar, en Providencia. Idea que tal vez la salvó de ser detenida y torturada, dado a que hasta ese momento compartíamos un pequeño departamento si- tuado en calle Carrera, con Sazié, justo al lado de la sede política

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